Como creadora de palabras no siempre que me enfrento a una hoja en blanco, lo hago de la misma manera. No siempre tengo las mismas ansias por derramar letras.
No sé si a los que pasáis por aquí y escribís os
sucede lo mismo, aunque tengo el presentimiento de que sí.
Hay dos tipos de sensaciones que se apoderan de mí
cuando escribo.
Una de ellas es cuando pulso las teclas sabiendo que
lo que estoy escribiendo me gusta, me llena y me hace sentirme orgullosa de mí
misma. Y otra muy distinta cuando…
…Necesito escribir para seguir respirando…
La primera es la que llevo a cabo cuando me siento en
mi mesa blanca, abro mi carpeta negra llena de guiones a mano e ideas repletas
de tachones, enciendo mi portátil, abro el documento elegido y digo: vamos, a
seguir con el capítulo X.
La otra, la segunda, es cuando siento que mi cabeza
va a explotar. Siento que dentro de mis venas se agitan las ganas fervientes
por escribir ciertas líneas. Una necesidad que me arruga el corazón, que me
marchita las fuerzas si no logro que las palabras salgan al exterior. Y casi
nunca esta necesidad me pilla delante de un ordenador.
Seguro que os ha pasado un montón de veces eso de
tener que escribir de forma alocada y desesperada.
Es esa sensación de cosquilleo cuando estás en un
lugar y tu cabeza está en otro, cuando no puedes sentarte a escribir y tus
manos nerviosas tiemblan, cuando caminas y tus pasos trastabillan, y te entra
un calor que bien parecen los sofocos de tu madre producidos por su menopausia,
y la ropa te empieza a sobrar. Y al minuto después tienes frío, y después otra
vez calor. Y miras a tu alrededor buscando un minuto de paz para poder sacar tu
libreta Moleskine y darle rienda suelta a las palabras aunque sea un poquito,
porque sabes que se irán. Sí, son así de caprichosas las letras, si nos las
apuntas ¡zas! se te escurren de entre los dedos y aunque tengas la idea vivita
y coleando en tu cabeza, ya nunca nacerán igual que como habían nacido en ese
rincón exacto de tu cerebro.
Y vuelves a sentir los sofocos, y nerviosa como si
estuvieras a punto de liarla parda, comienzas a menear los pies, repiqueteando el
suelo con tus playeras como si estuvieras siguiendo un solo de batería. Con prisas,
deseosa de que el tiempo que acontece en el reloj siga pasando para que puedas
escribir. Porque la idea que has tenido te grita, porque las cosas que estás
viendo y sintiendo te están haciendo tanto daño que necesitas escupirlas para
que tu corazón no se pare y siga latiendo con normalidad, porque necesitas
vaciarte, necesitas derramar tu sangre letra a letra.
Porque tienes unas ganas locas, que digo locas:
desquiciantes de escribir. Porque si no escribes te pones a cien revoluciones, te
comportas de una forma extraña, y gritas a quien tienes al lado, contestas con
monosílabos (siempre el pato acaba pagándolo la pareja), porque si no escribes
te ahogas, te falta el aire, tus pulsaciones aumentan y parece que vas a
colapsarte…
Porque si no escribes la realidad en la que vives ya
no te importa, necesitas deshacerte de esa otra realidad que te abofetea para
llamar tu atención.
Esas ganas locas de escribir se han apoderado de mí
en algunos momentos.
Algunos de los más triviales: cuando voy en coche
escuchando música con mi pareja, y una simple frase pulsa un botón en mi cabeza
y ¡zas!: idea nuevaaaaa! Y vuelvo a poner la canción desde el principio para
apuntar la frase correctamente y la idea que ha ido naciendo, y mi heavy me
mira con cara de cabreo porque acabo de cortarle el rollo totalmente y me dice:
Estaba cantando…
Cuando estás manteniendo una conversación en la cola de un concierto y tu mente te
juega malas pasadas porque en el fondo desearías sacar del bolso la libreta y
apuntar, y maldices: fuck! Te has dejado el bolso en el coche porque no te
gusta llevar peso encima cuando saltas como una loca haciendo headbanging.
Pero el peor de todos es aquel que te pilla de
vacaciones.
Cuando estás caminando por una ciudad que recién
estás descubriendo, y has de seguir al grupo del circuito concertado y no
puedes ni pararte para ir al baño, mucho menos pararte a escribir.
Y de todos ellos, el peor… cuándo a cada paso que
das sientes que tu corazón se para. Que hay voces que te gritan, partículas de
polvo y magia que te susurran palabras. Pero…
Aún quedan 40 minutos de visita al Campo de
Concentración, y tu alma sensible ya está imaginando atrocidades, y tu sangre
repiquetea nerviosa y quiere letras, ansía letras, necesita derramar palabras
para no contaminarse. Y entonces tiemblas, tienes calor, y empiezas a sudar y a
rascarte como si tuvieras alergia…y cuando todo termina, compras un libro, te
subes al autocar, y de camino a Berlín mientras todos hablan tú solo escribes.
Escribes en tu libreta todo lo que tu corazón y tu alma necesitan que escribas.
Y cuando acaba la jornada del día, horas después, llegas hotel, y subes
corriendo hacia la habitación, te desnudas para liberarte de toda esa ropa que
te sigue agobiando y sacas la libreta y vuelves a escribir sentada sobre el
edredón nórdico.
Y cuando te has vaciado…ais, cómo te quedas cuando
te has vaciado. Exhausta, sin fuerzas, pero muy, muy contenta. Como después de…,
ya me entendéis.
Esas ganas locas y desesperantes por escribir y el
alivio que sientes cuando lo consigues…
Que sería del creador de palabras sin esa sensación…
¿Y a vostros, dónde os han pillado esas ganas locas de escribir? ¿En qué situaciones han surgido?
¡Contadme!
¿Y a vostros, dónde os han pillado esas ganas locas de escribir? ¿En qué situaciones han surgido?
¡Contadme!
La magia de las palabras es difícil de aplacar. Si no lo hiciésemos, nos volveríamos locas.
ResponderEliminarBesos.
Sí, sí que te entendemos... XD Eso es pasión, Beka, quién lo probó lo sabe ;) Genial entrada!!!
ResponderEliminarEs genial ver que la creatividad no tiene horarios ni barreras. Aunque si lo pienso bien… muchas veces llega en el momento menos pensado. Y esos instantes de creación llegan igual que se van. En mi caso, he aprendido a anotar todo lo que se me ocurre en el momento que sea. Intentar recordar una frase, una idea, un instante es difícil. Y créeme si te digo que en ocasiones me he abierto la cabeza intentando recordar aquello que me parecía perfecto y grabé en la memoria. Después nada. Ni una pizca de luz. Quizá por ese motivo tengo trozos de papel, servilletas e innumerables de recortes con ideas que un día me parecieron interesantes. Y lo peor es que me da pena tirarlos. Como si tuvieran algún poder escondido.
ResponderEliminarUn besazo, amiga.
Y a seguir derramando palabras, donde sea.
Gracias a los tres por vuestras palabras!!
ResponderEliminarJoan, guarda todos esos fragmentos de papel dentro de una libreta o caja, porque si son tesoros, y nunca sabemos lo que podemos llegar a crear con ellos ;-)
Gracias! <3 <3
Te entiendo perfectamente, amiga. A mí siempre me pasa cuando estoy de exámenes, estoy muerta del cansancio y ahí están ellas, las musas. Llevan todo el día a su bola y en ese momento han decidido pasarse a saludar xD
ResponderEliminarLo de las libretas es muy cierto, podemos confiar en nuestra memoria, pero solo hasta cierto punto. Las pocas veces que olvido la mía en casa suelo recurrir a las notas del móvil, a veces salvan de un apuro...
Me ha encantado la entrada * . * una muy buena forma de empezar con tu casita. ¡Ah! Y los guiños a esos susurros ; )
¡Un abrazo!
No sé cuántas veces me he quedado parealizada en medio de la calle, en una cena, incluso en medio de una peli, y todo por una idea. He tenido que sacar una libreta y plasmar la idea o sentimiento, sin importar qué piensen los que me rodean. Por suerte la mayoría ya sabe que eso es normal en mí. Aunque también hay veces que tienes que escribir algo y, en ese momento, te quedas seca de ilusión. Supongo que depende del momento y del tema.
ResponderEliminarNo sé cuántas veces me he quedado parealizada en medio de la calle, en una cena, incluso en medio de una peli, y todo por una idea. He tenido que sacar una libreta y plasmar la idea o sentimiento, sin importar qué piensen los que me rodean. Por suerte la mayoría ya sabe que eso es normal en mí. Aunque también hay veces que tienes que escribir algo y, en ese momento, te quedas seca de ilusión. Supongo que depende del momento y del tema.
ResponderEliminarNo sé cuántas veces me he quedado parealizada en medio de la calle, en una cena, incluso en medio de una peli, y todo por una idea. He tenido que sacar una libreta y plasmar la idea o sentimiento, sin importar qué piensen los que me rodean. Por suerte la mayoría ya sabe que eso es normal en mí. Aunque también hay veces que tienes que escribir algo y, en ese momento, te quedas seca de ilusión. Supongo que depende del momento y del tema.
ResponderEliminarJjejee, no sabes que identificada me he sentido con tu artículo. Hay momento incontrolables dodne tienes ganas de ponerte a aporrear teclas y dejar salir esa idea, plasmarla, manchar la página para que nadie se olvide de ella... Si algo tienen las musas es que son de lo más inoportunas ^^
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