FRAGMENTO 13 DE RAVENS

¡Queridos lectores!

¡Hoy no me he despistado y actualizo como es debido!

Aquí tenéis un nuevo capítulo de RAVENS.

Espero que os guste porque en su interior tiene un relato que escribí hace mucho tiempo, muy mío.

También aprovecho para deciros que el próximo fragmento, el 14, será el último capítulo de esta historia. ¡Avisados quedáis!

Ya está escrito. Pero aún no tengo decidido si seré buena y lo reescribiré, o seré muy mala y lo dejaré como está...

Qué enigmática ¿verdad?

¡Podéis odiarme! xD

Un abrazo, y ante todo muchas gracias por leer y por acompañarme en esta aventura.


13. ANNABEL

Año nuevo. Vida nueva. O eso era lo que siempre se decía.

Annabel sintió que para ella si estaba siendo así.

Se había lanzado de lleno a un proyecto con su amiga Elizabeth. Abrir juntas un estudio de tatuajes de la que ella sería la recepcionista.

Su blog seguía funcionando y cada vez tenía más lectores de sus historias y artículos. Había ganado el concurso de homenaje a Poe con su relato, y según su amiga, Lee había resultado el ganador también con un dibujo.

Resultaba que el chico era uno de sus compañeros. No solo no había vuelto a tropezar con él, ni a preguntar por ella, sino que además Elizabeth había comentado a su profesor que su amiga había resultado ser la ganadora del concurso con su relato cuando felicitaron a su compañero por el triunfo, y él ni siquiera le había mandado felicitaciones a través de su amiga.

—¿Así van a ser las cosas? —preguntó al cristal de la ventana, mientras observaba las gotas de lluvia de marzo deslizarse.

Cuántos antes se acostumbrase, ¡mucho mejor!

Esperar algo de las personas o que se comportasen como ella se comportaba era uno de sus defectos. Eso la frustraba, pero cada día aprendía a superarlo. Así era ella.

La primavera estaba cerca. Se olía en los campos con tan solo respirar. Las gotas de lluvia ya no empapaban, tan solo mojaban el rostro y ayudaban a renacer. Y el florecer de las flores le daba a la panorámica paisajística una belleza inigualable que se entretejía entre las venas regalando fuerzas.

Miró hacia su estantería, de todos sus libros cogió tan solo uno y lo sostuvo entre sus manos. El rostro de Edgar Allan Poe rezaba en la portada.

Cuando lo abrió leyó:

“EL GRITO DE LAS AVES NEGRAS

Camino de rodillas por la nieve espesa mientras mis venas se desangran a cada nuevo tic-tac en el reloj de mi pecho.

Las huellas de mis botas antes pronunciadas están ya totalmente desdibujadas.

Las gotas líquidas color escarlata se funden con el hielo puro, tiñendo de carmesí su escalofriante escarcha. Y me siento bien. Son muchas las veces que me he desangrado. Esta tan solo es una más.

Centenares de pájaros negros revolotean en el cielo no muy lejos de aquí. Cantan alocados, gritan alocados. Sus graznidos no me atormentan. Están esperando mi muerte para poder velar por esa parte de mí que siempre perece. Que agoniza una y otra vez.

Sus reclamos no me dan miedo porque su crascitar siempre me ha infundido fuerzas, fuerzas para resurgir como una guerrera, fuerzas para seguir adelante aunque a veces camine derrotada.

Sé que cuando acabe por desangrarme ellos recogerán mi corazón congelado y contaminado, lo transportarán en sus picos atravesando la inmensidad del infinito, lo acunarán entre sus plumas color azabache, lo sanarán con su saliva, se darán el relevo unos a otros hasta que yo me sienta totalmente recuperada.

Siempre ha sido así.

Bajarán desde el cielo para beber la última gota de mi sangre infectada de agrios recuerdos y cuando mis muñecas estén totalmente limpias y secas, con mucho cuidado colocarán mi corazón tras mi pecho. Y entre todos me alzarán, me ayudarán a levantarme. Me harán volar para que vuelva a pelear por mis sueños.

Y cantarán su danza macabra para mí, impregnando de ánimo mis venas, dando cuerda a mi corazón, reparando mi alma. Y de su oscuridad se desprenderá la vieja luz, esa luz que siempre me ayuda a encontrar el camino, esa luz que penetrará mis pupilas y me ayudará a ver lo que nunca debería dejar de ver. Mi propia esencia.

Y cuando la oscuridad navegue entre los estruendos de las tormentas, ellos volverán a cantar para mí, recordándome quién soy.

No importa si el sol me arruga la piel, no importa si la tristeza de los días grises revolotea cerca de mí queriéndome abrazar, no importa si las noches son tan oscuras que no brillan ni la luna ni las estrellas, ellos siempre estarán ahí, vigilantes, acompañando mis pasos.

Y de entre los truenos retronarán las voces que llevo dentro.

Caeré y renaceré.

Moriré y resurgiré. Como siempre. Una vez más. Las que haga falta.

Y no me importará desangrarme en palabras, una y mil veces, porque sé que solo así sanará mi ser.

Y de entre los truenos retronarán las voces que llevo dentro.

Porque mi alma es negra, es negra al igual que su aterciopelado plumaje, porque “nunca llueve eternamente”, ellos me lo han enseñado, porque con sus gritos me ayudarán a resurgir, a alzar mi espada para combatir al enemigo.

Y cantarán su danza macabra para mí, impregnando de ánimo mis venas, dando cuerda a mi corazón, reparando mi alma…

Y cantarán su danza macabra para mí, las aves negras. Los cuervos de la noche altivos entre los relámpagos de luz de las tormentas.”



Cuando terminó de leer su propio relato, con el que había ganado el concurso, sintió que esa sangre perezosa que llevaba meses navegando a medio gas, repiqueteaba de nuevo.

—Siempre ha sido y siempre será así. Soy fuerte. Soy una guerrera…

Annabel se susurró esa frase una y otra vez hasta que se la creyó.

Decidió que no importaba si había creído encontrar a alguien especial y había resultado ser un fallo más que sumar a su lista de fracasos. Decidió que no importaba si había entregado en una misma noche su sinceridad, su cuerpo y su alma, no la dolía. Su naturaleza era así. Vivía, asumía las consecuencias de sus actos y seguía hacia delante, cicatrizando sus heridas a base de nuevos alientos de lucha.

Ella no era de las que se conformaba con sentir sus heridas goteando y el nuevo año que había acontecido la había ayudado a darse cuenta. Su esencia, aunque dormida durante algún tiempo, nunca la había abandonado. Al igual que sus ángeles que seguían a su lado marcándola el camino a recorrer.

Se vistió con unos vaqueros ajustados, su blusa negra con pequeñas calaveras blancas y los tacones. Debía parecer más formal, no era cuestión de asustar a los pocos clientes que tenían. Bajó a desayunar y se encontró con su amiga.

Juntas marcharon al estudio. Una se colocó detrás del mostrador. La otra se sumergió en su pasión. Tintar recuerdos y mensajes en la piel de los locos que acudían a la llamada del zumbido de la máquina de tatuar. Para algunos, sentir ese zumbido era como una especie de droga, algo que se anhela cuando no se tiene. Aunque posiblemente lo que más ansiasen sería la sensación enérgica producida por mirarse al espejo y visualizar los mensajes en la piel entre sonrisas de felicidad.

Todo parecía navegar en la dirección adecuada hasta que la puerta del estudio de tatuajes se abrió.

—Buenos días —pronunció un sonrojado Lee.

Y el cielo se tornó gris aunque los rayos del sol habían decidido alumbrar aquella mañana.



¿Qué os ha parecido?

¡Un abrazo!

2 comentarios :

  1. Hola Rebeka,
    ¡Menudo cúmulo de sensaciones! Primero darte las gracias por este nuevo fragmento. Hoy tengo uno de esos días malos en que la ansiedad hace de las suyas y tu relato me ha ayudado a tranquilizarme.
    Me da mucha pena que Ravens se acabe ya pero estoy segura que tus demás proyectos serán igual o mejor que este y cuentas con todo mi apoyo.
    Decirte que el relato de Annabel (y tuyo) me ha encantado. Verdaderamente semeja un texto con tintes góticos del siglo XIX. ¡Eres muy buena!
    Respecto al último fragmento que nos espera la próxima semana, yo no cambiaría nada y lo dejaría tal y como lo has escrito. Creo que de esa manera será más tuyo, con tu sello propio.
    Un beso enorme ;)

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  2. El relato de Annabel es una maravilla, enhorabuena a ambas ;)

    Espero que Lee pueda acallar de una vez por todas a sus demonios y se gane el corazón de esta guerrera. Ambos merecen compartir la calma de un amor bueno y apacible.

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