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miércoles, 6 de enero de 2016

COSTA COFFEE, STARBUCKS Y LOS ESCRITORES

¡Queridos lectores!

Seguro que en numerosas ocasiones habéis entrado en una de estas dos cafeterías. Sobre todo aquellos que viváis en las grandes ciudades.

Tanto Starbucks como Costa Coffee son cadenas cuyos locales están repartidos por numerosos países y en un montón de ciudades. La realidad es que se parecen mucho entre sí aunque una sea más conocida que la otra y tenga más locales donde elegir. Los letreros verdes y rojos son inconfundibles ¿verdad? ¿Quién no conoce el logo de Starbucks aunque no haya entrado nunca a tomar un postre o un frappuccino

Pero bueno al fin y al cabo los servicios son los mismos que en todas las cafeterías del mundo. Café, té y repostería. Es más por fama que otra cosa, y por buen servicio, claro, aunque digo yo que tomar café se puede hacer en un montón de sitios…

La primera vez que visité un Starbucks fue en el extranjero, en Hamburgo nada menos. Sí, sé que hay en España  pero en donde yo vivo es impensable y nunca había estado dentro de uno de los numerosos locales que hay en ciudades como Madrid y Barcelona. La segunda cadena, Costa, la conocí este verano en Polonia y la verdad es que tanto la atención al cliente como las grandes tazas de café me enamoraron. Y ahora ya no puedo quedarme solo con una de ellas.

Si me hubierais preguntado hace años os hubiera dicho Starbucks sin pensármelo, por eso de que lo descubrí por Sarah Jessica Parker en Sex in the City y…<3 (adoro a Carrie Bradsaw)…pero es que aún no puedo olvidar el cappuccino enorme y la tarta de queso que comí estando en Polonia en Gdansk y Varsovia, de verdad…y claro…así no hay quién se decida.

Y qué tiene que ver esto con los escritores, ¿Beka? Porque en el título decías que…

¿Ya empiezas a chochear?

¡No, tranquilos! ¡No se me ha ido la cabeza con la llegada del 2016! ¡Lo juro! O no del todo…

Lo que más me gusta de estas cadenas, aparte del café, los zumos, las galletas, las magdalenas y las tartas riquísimas, es el trasiego que se respira dentro de estas cafeterías que siempre están a reventar de clientes. 

Da igual cuál sea la parte del mundo a la que vayas. Recuerdo el Starbucks de Praga, estuvimos horas dando vueltas entre el calor asfixiante de agosto hasta que se despejó un poco y pudimos sentarnos a degustar un café tranquilamente. Y sí, a conectarnos también a la red Wi-fi, todo hay que decirlo. Que cuando uno está de vacaciones parece el del anuncio de Vodafone… 

—Wi-fi! Wi-fi? 

Y luego los hay que regalan GB de Internet, cuando a otros ni nos llegan al día 20 los contratados, pero esa es otra historia…

En una pequeña cafetería de barrio quizá puedes tener más tranquilidad al no haber tanta gente, puedes sentir ese lapso de tiempo donde todo se detiene para comenzar a latir de manera más lenta, incluso sentirte como en tu casa porque te conoce el dueño, los clientes…

Sin embargo aquí, en Starbucks y Costa, cada uno va a su propio ritmo, casi siempre acelerado y eso es lo que verdaderamente me gusta. Hay quienes se llevan incluso el café para beberlo con prisas mientras llegan a sus lugares de destino. Y yo me pregunto ¿a dónde irán?

Las personas llegan, se sientan, desconectan de las prisas y el trasiego diario para conectarse a las redes. Y aunque parezca que el tiempo se ha detenido sigue trasegando a toda prisa. 

Cuando miras a tu alrededor parece que estás viviendo dentro de una película súper moderna. Cada persona está a años luz de donde parece estar pero a la vez permanecen sentados a la mesa. Hay ¡tanta diferencia! entre unas  personas y otras, aunque sean del mismo grupo y compartan la misma mesa entre confidencias y el aroma a café. Hay tantas personalidades distintas, razas, lugares de procedencia, lenguajes, que por eso me encanta. Es como un choque de culturas a lo bestia.

A mí me gusta paladear el café, comer la tarta o la cookie gigante sin prisa y maravillarme con todo, charlar con mis acompañantes, descubrirlos y conocerlos, pero siempre con un ojo avizor en las mesas de al lado. ¿Por qué? Porque me gusta pensar en todas esas conversaciones silenciadas y no tan silenciosas, en esos mensajes que envían desde el móvil y en quiénes serán los destinatarios, en esas miradas que se lanzan algunas de las personas allí concurridas y lo que podrán significar dado que no entiendo nada de lo que se están diciendo porque no es mi idioma.

Lo reconozco, me sale la vena de escritora cotilla y mi mente vuela hacia otros mundos que nunca existirán salvo en mi cabeza. La realidad tiene muchas ficciones dentro de su propio universo y en lugares así tienes tanto en lo que pensar…

Es imposible no sentir en el pecho la necesidad de sentarse en aquellas mesas a escribir, a dar forma a nuevos momentos entre personajes, querer sacar la libreta y pincelar recuerdos en ellas para que no se te olviden de regreso a casa.

Si tuviera cerca alguna de estas cafeterías sé que las visitaría en numerosas ocasiones, y que incluso lo mismo me sentaría en ellas durante horas, café tras café, tarta tras tarta, galleta tras galleta, aunque después tuviera que hacer doble sesión de Cardio Boxing para no perder lo que tanto esfuerzo me está costando.
Estaría genial al menos durante un Nanowrimo, por eso de saber lo que se siente al escribir a toda pastilla en los sofás de algunas de estas cafeterías. Sería tan cool pelear por las 50.000 palabras en un Starbucks o en un Costa… ¿verdad? Y quien sabe…quizá el destino quisiera que confraternizara con otros escritores que acaben en el mismo lugar para escribir sus palabras diarias rumbo a la gran meta, y poder dialogar, darnos fuerzas y ánimos, consejos sobre las estructuras de las novelas.

Pero es algo que una vez más no podré hacer. ¡Todo me pilla siempre demasiado lejos! Parece que a estas montañas del norte nunca llegan estas cosas. Y cuando llega lo hace demasiado tarde, como la policía en las películas...

Sin embargo como soy de las que se conforma, solo en algunas cosas, al menos podrán hacerlo mis personajes, y de ese modo podré vivirlo, imaginarlo y sentirlo gracias a sus propias experiencias.
Me gusta imaginarme nuevas vidas y en los lugares donde hay mucha gente perdida en sus propios asuntos siempre hay algún gesto, alguna mirada grácil o alguna sonrisa que sin pretenderlo te inspira porque resalta por encima de todo lo demás. 

Me gusta soñar despierta las posibles vidas de todas aquellas personas que entran y salen, que llevan apuntados sus nombres en el café, que salen a toda pastilla con el cappuccino en una mano y con el móvil bien pegado en la oreja sosteniéndolo con la otra. O en esos que llevan el pinganillo en la oreja y siguen charlando entre sorbos de café…

Tengo una conexión especial con los cafés y los tés, siempre los incluyo en mis historias, porque es ese momento en el que mis personajes sostienen una taza o un vaso entre sus manos y reflexionan sobre el acontecer del tiempo. Incluso una de mis historias románticas nació gracias a un cappuccino. 
¿No sabéis de qué hablo? ¡Estáis tardando en conocer la historia Maldito Café en Wattpad! ¡Es gratis!

Donde algunas personas únicamente ven trasiego y prisas, gestos mecánicos, suspiros, repiqueteo de pies apresurados, yo veo un montón de vidas que quizá tengan mucho para contar dentro de su caos. En el aire percibo un montón de sueños, anhelos silenciados, deseos, sentimientos enfrentados…

Lo que da de sí una cafetería, un café a medio beber y una tarta a medio paladear. Y todo aderezado con virutas de chocolate y polvitos de cacao, formando corazones, estrellas, flores o granos de café... (y también gatos, e imposible no acordarse de mi querida Mimmi Kass).

Me gusta tanto esto último que incluso estoy pensando en comprarme las plantillas con dibujitos para decorar mis propios cafés, que ya he estado ojeando en Amazon. 

Ves, si es que me enamoré del Costa Coffee por algo. Por el cacao y porque jamás había tomado un café en una taza tan inmensa.

Vosotros ¿conocéis estas cadenas? ¿Cuál preferís?

¿Habéis escrito alguna vez entre el barullo de las mesas? ¿Os han susurrado las musas?

¡Un abrazo!