Seguro que en numerosas ocasiones habéis entrado en
una de estas dos cafeterías. Sobre todo aquellos que viváis en las grandes
ciudades.
Tanto Starbucks
como Costa Coffee son cadenas cuyos
locales están repartidos por numerosos países y en un montón de ciudades. La
realidad es que se parecen mucho entre sí aunque una sea más conocida que la
otra y tenga más locales donde elegir. Los letreros verdes y rojos son
inconfundibles ¿verdad? ¿Quién no conoce el logo de Starbucks aunque no haya
entrado nunca a tomar un postre o un frappuccino?
Pero bueno al fin y al cabo los servicios son los
mismos que en todas las cafeterías del mundo. Café, té y repostería. Es más por
fama que otra cosa, y por buen servicio, claro, aunque digo yo que tomar café
se puede hacer en un montón de sitios…
La primera vez que visité un Starbucks fue en el
extranjero, en Hamburgo nada menos. Sí, sé que hay en España pero en donde yo vivo es impensable y nunca
había estado dentro de uno de los numerosos locales que hay en ciudades como
Madrid y Barcelona. La segunda cadena, Costa, la conocí este verano en Polonia
y la verdad es que tanto la atención al cliente como las grandes tazas de café
me enamoraron. Y ahora ya no puedo quedarme solo con una de ellas.
Si me hubierais preguntado hace años os hubiera
dicho Starbucks sin pensármelo, por eso de que lo descubrí por Sarah Jessica
Parker en Sex in the City y…<3 (adoro a Carrie Bradsaw)…pero es que aún no
puedo olvidar el cappuccino enorme y
la tarta de queso que comí estando en Polonia en Gdansk y Varsovia, de verdad…y
claro…así no hay quién se decida.
Y qué tiene que ver esto con los escritores, ¿Beka?
Porque en el título decías que…
¿Ya empiezas a chochear?
¡No, tranquilos! ¡No se me ha ido la cabeza con la
llegada del 2016! ¡Lo juro! O no del todo…
Lo que más me gusta de estas cadenas, aparte del
café, los zumos, las galletas, las magdalenas y las tartas riquísimas, es el
trasiego que se respira dentro de estas cafeterías que siempre están a reventar
de clientes.
Da igual cuál sea la parte del mundo a la que vayas.
Recuerdo el Starbucks de Praga, estuvimos horas dando vueltas entre el calor
asfixiante de agosto hasta que se despejó un poco y pudimos sentarnos a
degustar un café tranquilamente. Y sí, a conectarnos también a la red Wi-fi,
todo hay que decirlo. Que cuando uno está de vacaciones parece el del anuncio
de Vodafone…
—Wi-fi! Wi-fi?
Y luego los hay que regalan GB de Internet, cuando a otros ni
nos llegan al día 20 los contratados, pero esa es otra historia…
En una pequeña cafetería de barrio quizá puedes
tener más tranquilidad al no haber tanta gente, puedes sentir ese lapso de
tiempo donde todo se detiene para comenzar a latir de manera más lenta, incluso
sentirte como en tu casa porque te conoce el dueño, los clientes…
Sin embargo aquí, en Starbucks y Costa, cada uno va
a su propio ritmo, casi siempre acelerado y eso es lo que verdaderamente me
gusta. Hay quienes se llevan incluso el café para beberlo con prisas mientras
llegan a sus lugares de destino. Y yo me pregunto ¿a dónde irán?
Las personas llegan, se sientan, desconectan de las
prisas y el trasiego diario para conectarse a las redes. Y aunque parezca que
el tiempo se ha detenido sigue trasegando a toda prisa.
Cuando miras a tu alrededor parece que estás
viviendo dentro de una película súper moderna. Cada persona está a años luz de
donde parece estar pero a la vez permanecen sentados a la mesa. Hay ¡tanta
diferencia! entre unas personas y otras,
aunque sean del mismo grupo y compartan la misma mesa entre confidencias y el
aroma a café. Hay tantas personalidades distintas, razas, lugares de
procedencia, lenguajes, que por eso me encanta. Es como un choque de culturas a
lo bestia.
A mí me gusta paladear el café, comer la tarta o la cookie gigante sin prisa y maravillarme
con todo, charlar con mis acompañantes, descubrirlos y conocerlos, pero siempre
con un ojo avizor en las mesas de al lado. ¿Por qué? Porque me gusta pensar en
todas esas conversaciones silenciadas y no tan silenciosas, en esos mensajes
que envían desde el móvil y en quiénes serán los destinatarios, en esas miradas
que se lanzan algunas de las personas allí concurridas y lo que podrán
significar dado que no entiendo nada de lo que se están diciendo porque no es
mi idioma.
Lo reconozco, me sale la vena de escritora cotilla y
mi mente vuela hacia otros mundos que nunca existirán salvo en mi cabeza. La
realidad tiene muchas ficciones dentro de su propio universo y en lugares así
tienes tanto en lo que pensar…
Es imposible no sentir en el pecho la necesidad de
sentarse en aquellas mesas a escribir, a dar forma a nuevos momentos entre
personajes, querer sacar la libreta y pincelar recuerdos en ellas para que no
se te olviden de regreso a casa.
Si tuviera cerca alguna de estas cafeterías sé que
las visitaría en numerosas ocasiones, y que incluso lo mismo me sentaría en
ellas durante horas, café tras café, tarta tras tarta, galleta tras galleta,
aunque después tuviera que hacer doble sesión de Cardio Boxing para no perder
lo que tanto esfuerzo me está costando.
Estaría genial al menos durante un Nanowrimo, por eso de saber lo que se
siente al escribir a toda pastilla en los sofás de algunas de estas cafeterías.
Sería tan cool pelear por las 50.000
palabras en un Starbucks o en un Costa… ¿verdad? Y quien sabe…quizá el
destino quisiera que confraternizara con otros escritores que acaben en el
mismo lugar para escribir sus palabras diarias rumbo a la gran meta, y poder
dialogar, darnos fuerzas y ánimos, consejos sobre las estructuras de las
novelas.
Pero es algo que una vez más no podré hacer. ¡Todo me
pilla siempre demasiado lejos! Parece que a estas montañas del norte nunca
llegan estas cosas. Y cuando llega lo hace demasiado tarde, como la policía en las
películas...
Sin embargo como soy de las que se conforma, solo en
algunas cosas, al menos podrán hacerlo mis personajes, y de ese modo podré vivirlo,
imaginarlo y sentirlo gracias a sus propias experiencias.
Me gusta imaginarme nuevas vidas y en los lugares
donde hay mucha gente perdida en sus propios asuntos siempre hay algún gesto,
alguna mirada grácil o alguna sonrisa que sin pretenderlo te inspira porque
resalta por encima de todo lo demás.
Me gusta soñar despierta las posibles vidas de todas
aquellas personas que entran y salen, que llevan apuntados sus nombres en el
café, que salen a toda pastilla con el cappuccino
en una mano y con el móvil bien pegado en la oreja sosteniéndolo con la otra. O
en esos que llevan el pinganillo en la oreja y siguen charlando entre sorbos de
café…
Tengo una conexión especial con los cafés y los tés,
siempre los incluyo en mis historias, porque es ese momento en el que mis
personajes sostienen una taza o un vaso entre sus manos y reflexionan sobre el
acontecer del tiempo. Incluso una de mis historias románticas nació gracias a
un cappuccino.
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Donde algunas personas únicamente ven trasiego y
prisas, gestos mecánicos, suspiros, repiqueteo de pies apresurados, yo veo un
montón de vidas que quizá tengan mucho para contar dentro de su caos. En el
aire percibo un montón de sueños, anhelos silenciados, deseos, sentimientos
enfrentados…
Lo que da de sí una cafetería, un café a medio beber
y una tarta a medio paladear. Y todo aderezado con virutas de chocolate y
polvitos de cacao, formando corazones, estrellas, flores o granos de café... (y también gatos, e imposible no acordarse de mi querida Mimmi Kass).
Me gusta tanto esto último que incluso estoy
pensando en comprarme las plantillas con dibujitos para decorar mis propios
cafés, que ya he estado ojeando en Amazon.
Ves, si es que me enamoré del Costa Coffee por algo. Por el cacao y porque jamás había tomado un
café en una taza tan inmensa.
Vosotros ¿conocéis estas cadenas? ¿Cuál preferís?
¿Habéis escrito alguna vez entre el barullo de las
mesas? ¿Os han susurrado las musas?
¡Un abrazo!