Pages

domingo, 22 de enero de 2017

BOULEVARD OF BROKEN DREAMS

¡Queridos readers!

Regalo de domingo.

Cuando mi pasión por la buena música, se junta a los lugares que he conocido en mis viajes, y a las palabras para expresar amor en otros idiomas, sale un relato como este.

Un relato creado a partir de las canciones que varias personas me aconsejastéis por Redes Sociales. Que sepáis que hay un pedacito de vosotros en mis protagonistas, en el relato en sí. Espero que os guste el resultado.

Gracias infinitas por estar siempre al otro lado, apoyándome, contestando a mis encuestas, leyéndome. Sois lo mejor. <3

 (Derecho de imagen de su propietario. Encontrada en Google.)



BOULEVARD OF BROKEN DREAMS




“I walk a lonely road, the only one that I have ever known, don’t know where it goes, but it’s home to me and I walk alone, on the Blvd of broken dreams, where the city sleeps, and I’m the only one and I walk alone…My shadow’s the only one that walks beside me, my shallow heart’s the only thing that’s beating, sometimes I wish someone out there will find me, ‘til then I walk alone…” Green Day


Damek caminaba apresurado hacia la boca del metro. Aquella mañana se había levantado con tiempo de sobra para no llegar tarde al trabajo, pero al final todo se había complicado.

La correa de su reloj se rompió, se manchó la camisa con el café, tuvo que cambiarse de ropa y buscar una corbata que fuese a juego. Y para colmo, en la calle le esperaban un frío intenso y los copos de nieve que habían caído durante la noche. 

No había tenido tiempo ni para mirar la previsión del clima en las noticias. Demasiados emails que contestar, muchos guiones que revisar para que todo estuviese en el lugar correcto, reuniones que concertar, eventos que rechazar. La estresante vida de un productor de televisión. 

Aunque era de esperar, dadas las bajas temperaturas del invierno en su ciudad, le había sorprendido totalmente la nieve silenciosa que había abrazado a Praga en la oscuridad.

La ciudad amaneció con un tinte mágico de pureza y romanticismo que lo envolvía todo con un aura de postal que a él, particularmente, le encantaba. Desde pequeño disfrutaba mucho de la nieve y del misticismo que brindaba. Para él era como si todo sentimiento pudiera congelarse y hacerse eterno.

Cuando entró en el vagón de metro que debía coger para llegar a la oficina, se sentó en uno de los asientos libres y se puso los cascos de su Ipod. Así eran todos sus días. Esa rutina que no le hastiaba, que le tranquilizaba. La música. 

Después de las prisas, escuchar a sus bandas preferidas, a sus artistas favoritos, era lo único que podría salvarle aquella mañana. Demasiadas tensiones en su cuerpo.

Los acordes del Number of the Beast de Iron Maiden comenzaron a sonar en los auriculares. La voz de Bruce Dickinson le hizo sentirse vivo y olvidarse de todo. Nadie adivinaría sus gustos musicales si únicamente se guiase por su forma de vestir para trabajar, siempre trajeado e impoluto. Sin embargo, sus preferencias iban desde el heavy metal más clásico y el death melódico finlandés hasta el Hip Hop en lengua castellana. Idioma que había aprendido desde pequeño gracias a su madre, de nacionalidad española.

La música invadió sus oídos, y el traqueteo del vagón de tren le acurrucó en sus pensamientos. Rememoró las citas fallidas que se habían sucedido en los últimos meses.

Damek Dvořak, a sus treinta y cinco años, era un hombre de éxito en el terreno profesional. Ganaba mucho dinero, poseía un hogar con todo tipo de lujos, tenía buenos amigos, una familia adorable, incluso un perro que cada vez que llegaba a casa se volvía loco por sus caricias y atenciones.

Era guapo, inteligente y divertido. Hablaba con total fluidez tanto el checo, como el inglés y el español. Y se le daba muy bien dirigir al grupo de profesionales con los que trabajaba. Sin embargo en su vida había algo que fallaba. Las mujeres.

 Por más que intentaba que sus relaciones fuesen algo más que un suceso de encuentros casuales o casi esporádicos, no lo conseguía. Todas utilizaban al prestigioso productor de una de las cadenas televisivas más famosas con la intención de poder acercarse a ciertos actores o personas importantes en el sector que pudieran lanzar sus carreras, pero nunca querían ahondar más allá con él.

Solo querían un par de noches de buen sexo, porque eso era algo que se le daba muy bien, y las luces de los focos de los paparazzi en las fiestas exclusivas a las que tenía acceso, dados sus contactos. Después ni siquiera volvían a llamarle.

Ya se estaba acostumbrando a vivir de ese modo, cuando Evzen, el mejor amigo de su hermano: Vasek, le ofreció concertarle una cita con alguna de las chicas de su empresa de contactos. Sería una buena forma de acabar el año. Junto a alguien que mereciese la pena de verdad.

Evzen, era el director de la web Meet me. Un lugar en la red donde todo aquel que quisiera, después de rellenar unos formularios y crear unos perfiles, tenía acceso a un chat donde poder conocer candidatos y candidatas con los que tomar una copa, ir al cine o tener citas más íntimas. La típica web de ligues para los que no tenían tiempo para socializar, por culpa de sus trabajos o su rutina. 

Jamás hubiera accedido a algo así. Sin embargo, se dejó comer la cabeza por el mejor amigo de su hermano, que desde hacía unos años, se había convertido en un gran amigo para él también. El joven afirmó que podría encontrarle al amor de su vida. Aquello le pareció imposible pero se lo permitió.

Damek siempre había tenido claro que el amor era algo que debía aparecer de forma espontánea, pero después de meses, desesperado, esperando una señal, le dio vía libre a Evzen para intentar emparejarle con alguna mujer de las que habían enviado sus datos a la empresa. «¡No tengo nada que perder!»


Kalina Ivanović entró en el vagón de metro, medio dormida y con frío. El café cargado que se había tomado al despertar y la ducha de agua caliente no le habían funcionado.

Lo único bueno de aquella mañana había sido sentir el crujido de la nieve bajo sus botas al caminar. La había echado mucho de menos. El invierno era su estación favorita, se sentía a gusto con la melancolía que transmitía. El tiempo sucedía de forma más lenta, se acoplaba al clima, y a ella le gustaba detener ese leve tic-tac del reloj, saborearlo, que quedase impreso en sus adentros.

Un año nuevo recién había comenzado y tenía doce meses por delante para conseguir sus nuevos objetivos. Y eso era motivo de celebración. Ser más feliz, llevar una vida menos estresante, discutir menos y enamorarse de nuevo, estaban entre sus propósitos.

El blanco radiante de los copos de nieve siempre la había sacado una sonrisa casi instantánea. Pensó en lo contentos que se pondrían sus pequeños, cuando durante el horario de recreo, pudieran salir a jugar con ella.

Hacía demasiado frío, y las sábanas la habían sepultado aquella mañana, convirtiéndola en un torbellino de prisas. Pero había llegado a tiempo para coger el metro. En esos instantes estaba sentada en el mismo vagón de cada día, otra de sus manías, escuchando Cosmic Love de Florence and the Machine en su móvil, mientras trataba de dejar su mente en blanco para no pensar en su lista de fracasos. 

Canturreó la canción perdiéndose en las estrellas de las que hablaba, en la oscuridad que a veces nos ciega, en las huellas que deja el desamor en nuestro alma cuando nos hacen daño, y en el poder de la ilusión de conseguir un nuevo amor que nos salve de nosotros mismos cuando nos sentimos cegados o perdidos.

Intentó seguir el ritmo, cantar cada palabra, pero pequeños recuerdos de las discusiones con su hermana, en los últimos días, invadieron su mente. Los consejos de su madre para sobrellevar los meses futuros, los desaires de su padre hacia su hija menor, los hombres que conocía y con los que no acababa de conectar después de esa relación fallida que la había dejado en estado catatónico. 

A veces, sencillamente, las cosas se complicaban. La vida era así, como una montaña rusa llena de curvas, vaivenes inesperados, cuestas amargas y caídas de vértigo. 

Se sentía hastiada y cansada de todo, excepto de su trabajo, y así era imposible dejar paso al positivismo que muchos años atrás siempre la acompañaba. Ser profesora de infantil era lo único bueno que había en esos momentos en su vida. Lo único que la hacía sentirse bien, realizada, valorada y querida. Todo lo demás estaba sumido en un caos negro.

Siempre había tenido una gran relación con su hermana, pero últimamente sus caracteres chocaban más que nunca, más que las simples riñas entre hermanas que se llevan dos años de diferencia. Raina estaba embarazada y sus hormonas la hacían saltar a la mínima oportunidad. Estaba deshecha porque el padre del retoño había decidido dar la espantada, y eso tenía mucho que ver con que estuviese insoportable.

La entendía. Pero ella también estaba enfadada con el género masculino y no iba saltando al cuello de su familia por ello.

A sus treinta y tres años había experimentado demasiado dolor dentro del corazón por culpa del amor. Aunque dijesen que el corazón no dolía, ella sabía lo que era sentirlo totalmente roto en mil pedazos y sentir la angustia de las heridas en el pecho. Aun así no perdía la esperanza de encontrar de nuevo a una persona que la hiciese sentirse en el paraíso. Así era ella, dulce, soñadora y enamoradiza hasta la médula.


Tras el trabajo, Damek quedó con su amigo Evzen para hablar de las citas que había tenido. Le habían bastado un par de meses de cenas fallidas y citas desastrosas, para darse cuenta de que no lograría nada. Le dijo que dejase de probar porque no llegarían a ninguna parte. Parecía que el amor no estaba destinado para él. Quería empezar el nuevo año sin tonterías que agraviasen más su estado de ánimo.

—Puedo intentarlo con alguna candidata menos despampanante...

—Déjalo, amigo. No quiero más citas. Me marcho, nos vemos la semana que viene…disfruta de la familia…

Minutos después de aquella conversación estaba sentado en el metro camino de casa. Con la mirada perdida divagando sobre su mala suerte con las mujeres, y lo fatalistas que habían acabado siendo algunos de los encuentros concertados. 

Desde mujeres con las que no tenía nada en común y que le aburrían soberanamente después del sexo, hasta mujeres con las que ni siquiera había sido capaz de mantener una conversación porque estaban más preocupadas de su vestido o maquillaje que del hombre que tenían delante. 

Fue entonces cuando caviló que la única explicación era que debía estar roto o tener alguna tara que él no lograba ver pero que las mujeres percibían enseguida. Abatido se levantó en su parada para bajarse del tren, cuando se chocó con alguien.

Una mujer de pelo castaño cobrizo y ojos azules le sonrió con timidez pidiéndole disculpas. Iba tan perdido en sus pensamientos que ni siquiera había reparado en ella durante el vaivén de aquel trasto de hojalata.

Cuando ella le sonrió dulcemente sin dejar de mirarle a los ojos, mientras sus labios carnosos susurraban una frase de perdón, se imaginó su sonrisa cada despertar, a su lado en la almohada, y la imagen se le tornó insoportable. No porque la mujer no fuese preciosa, que lo era, sino porque le había dolido demasiado saber que eso era algo que no estaba escrito en su destino. 

Cuando las puertas se abrieron, salió disparado hacia las escaleras mecánicas deseando llegar a su apartamento.

Kalina marcó los pasos con prisas. Se la había hecho tarde en casa de sus padres, pero al menos había solucionado las pequeñas rencillas con su hermana. Habían hablado mucho de los sentimientos de ambas, y eso había ayudado para que las cosas mejoraran. Se habían sincerado, con lo que las dolía a cada una, hablaron de sus tristezas y de sus miedos, y los latidos de sus corazones las acercaron. Como siempre.

Había visto a su futuro sobrino en una ecografía y había sido superior a su orgullo. Ambas se habían echado a llorar como tontas, y ya no habían dejado de abrazarse. Planearon que saldrían juntas de compras porque había mucha ropa que le quería comprar, y tratar de seguir unidas pasase lo que pasase. 

La jornada laboral había sido revitalizante ese día. Como había aventurado los pequeños habían disfrutado mucho con la nieve y todas las posibilidades que ofrecía. Muñecos, castillos, bolas lanzadas a la cabeza de su profesora. El patio del colegio fue una auténtica batalla de sonrisas.

Cuando llegó a casa, encendió la televisión y se preparó la cena con el ruido del telediario de fondo. El mundo estaba cada vez peor y eso hacía que algunos de los latidos de sus venas se marchitaran de incomprensión y tristeza. Los atentados se sucedían unos detrás de otros, la crisis de refugiados que escapan de la guerra se agravaba con el mal tiempo, la nieve, las malas condiciones de subsistencia. Los sueños de tantas personas rotos y siendo incapaces de recomponerse.

Echó de menos el tener alguien a su lado con el que poder hablar de esos sentimientos de tristeza que la encogían el corazón al ser conscientes de la vida y su dureza. O simplemente alguien para no tener la necesidad de encender el televisor para sentirse fuera del silencio.

El silencio conseguía estremecerla. Lo odiaba.

Como un ligero fogonazo, apareció en sus retinas la imagen del joven del metro con el que se había tropezado al salir.

Sus ojos azules, su pelo rubio, su perilla perfectamente recortada, su mandíbula cuadrada que delineaba sus agraciados rasgos.

Sonrió.

Se sorprendió a sí misma pensando en que esos ojos y su luminiscencia serían un buen lugar en el que perderse y en el que refugiarse de la crueldad de la realidad.

Otra sonrisa invadió su rostro y el sentimiento producido por ella ya no la abandonó en toda la noche.


Cada mañana se encontraban en el vagón del metro. Era como si la vida hubiese decidido regalarles ese pequeño ritual de miradas y sonrisas ladeadas.

Damek trataba de centrarse en la música que sonaba en sus auriculares pero al final siempre acababa alzando la mirada en su busca. Sus ojos le tenían totalmente hechizado. Eran azules, en una tonalidad muy parecida a la de los suyos, pero los de ella eran más grandes y sus pestañas más largas y espesas. No necesitaba rimmel para que sus pestañas pareciesen alas de una bella mariposa.

Daba igual si era el hip-hop de Khan o el de Brock el que penetraba en sus oídos, o si por el contrario eran acordes de Insomnium y su pesado death metal finés. Su sangre latía pulsando las sienes a gran velocidad, atascando su respiración, logrando que sus latidos sonasen más que la música que intentaba apaciguar un deseo interno que llevaba meses demasiado activo.

Ese deseo de conocer a alguien que de verdad mereciese la pena entre tanta falsedad. La tenía frente a frente, y sabía que su nerviosismo era palpable y se reflejaba en el movimiento inquieto de sus pies, pero no se atrevía a acercarse. Sabía que ella era consciente de ello. Sus miradas y sonrisas la delataban. Y eso le daba más pánico todavía.

Y las canciones de amor/desamor de Brock no ayudaban mucho a no pensar en los desengaños amorosos ni en la joven hermosa que estaba sentada en el metro cerca de él.

Kalina sentía como sus manos temblaban inquietas en cuanto sus miradas se tropezaban a medio camino. Aunque otras personas se posicionasen delante de ellos, sabía que él la miraba de vez en cuando, que sus ojos la buscaban aunque él quisiera mirar hacia otra parte, el cristal de la ventana le delataba.

En su móvil sonó Enjoy the Silence. Era muy agradable sentir la música a través de sus oídos silenciando las tristezas del mundo con notas musicales. La música siempre la salvaba incluso en sus días más nostálgicos. Esa canción, al igual que las de Jamiroquai, siempre le daba ganas de bailar. De disfrutar de cada segundo.

Se sentía bien perdiéndose en los ojos del desconocido del que no sabía ni su nombre. Lo único que conocía de él era lo que tenía delante, lo que estaba al alcance de sus manos, y por un segundo deseó poder tenerle entre sus brazos, que la sostuviera, preguntarle sobre su vida, mantener una conversación, sentirle más cerca.

Poder conocerle de verdad. Dejar que las sonrisas hablasen, que sus miradas se dijeran lo que no sabían pronunciar. Porque lo que tenía claro era que entre ellos dos había palabras que no habían llegado a nacer, pero que estaban sedientas de cobrar vida, medio muertas, zombies, esperando a ser pronunciadas. A veces los silencios decían más que las palabras, cuando eran las miradas las que tomaban el relevo.

Y así pasaron las semanas, entre miradas directas unas veces, escondidas a otras, y sonrisas que se pronunciaban solas, aunque no quisieran, cuando se pillaban observándose. Sin embargo, parecía que ninguno de los dos estaba dispuesto a dar el siguiente paso. Demasiados miedos, demasiados fracasos, demasiado dolor.

Cada mañana y cada tarde, en el mismo vagón de metro, los latidos de sus corazones colisionaban. Chocaban, se asemejaban para después, cuando salían por la puerta, volverse a alejar. Y aunque creían que sus encuentros eran solo fruto del azar, de la rutina, de compartir línea de metro y tener los mismos horarios, ambos de regreso a casa no podían evitar rememorar cada instante transcurrido durante el recorrido de la línea.

Encontrarse, mirarse y sonreírse, era su momento refugio del día. Aunque no pensasen en ello, aunque no quisieran aceptarlo. El corazón brincaba desbocado dentro del pecho alejando los problemas y deshaciendo esa rutina que intoxicaba igual que las pequeñas volutas de humo contaminado. Sus pulmones absorbían aire fresco en cada aleteo de pestañas, en cada gesto inocente de unos labios apretados por los dientes, de unos labios que se morían por susurrar frases inacabadas.

Pasaron los días y después de semanas de agobiante trabajo, de reuniones que se alargaron demasiado en el tiempo y de fiestas a las que por primera vez en su vida había decidido acudir solo, Damek recibió un mensaje de Evzen en su Iphone. Una hora prefijada y una dirección de un café muy conocido. 

«Te dije que no quería más citas a ciegas, estoy agobiado y cansado de todo…»

Enseguida recibió una respuesta del que se había convertido en un gran amigo durante esos años.

«No es una chica de la web, sino una amiga que necesita conocer gente nueva tras una ruptura. ¡Hazlo por mí!…»

«¡NO voy a ir!»

«Irás, no vas a dejar plantada a una preciosa mujer ¿verdad?»

Aquel último mensaje de su amigo lo terminó de convencer. Solo de imaginar a la mujer sola en la cafetería, esperando a alguien que no iba a llegar, se le revolvieron las tripas.

La tarde de la cita no tenía el ánimo muy positivo. Había tenido una discusión en el trabajo, y todavía seguía con la mente en la oficina. Podía haberse negado de todas las formas posibles, haber llamado a Evzen, pero un café rápido no le haría ningún mal. Sus últimas citas ni siquiera habían perdurado más de un café a medio tomar.

Cuando Damek llegó al Café Kafka, ubicado en la Ciudad Vieja, cercano al antiguo cementerio judío, no vio a nadie esperando en la puerta. El lugar no estaba demasiado concurrido a esa hora, y todas las personas sentadas a las mesas estaban acompañadas. No había ni rastro de la chica de la que le había hablado Evzen.

Suspiró con hastío. Derrotado. Miró el mensaje de su amigo de nuevo, por si se había confundido de hora o de lugar.

Estaba en el sitio correcto y a la hora indicada. «¿Y sí ella ha decidido no venir y soy yo el que se queda plantado?»

Miró su reloj de muñeca, cogió el móvil, deslizó sus dedos sobre la pantalla, lo guardó en el bolsillo del abrigo. Sus pies estaban inquietos. Regresó al reloj, y a punto estuvo de marcharse cuando una voz femenina pronunció su nombre.

—¿Damek?

Se volteó hacia la voz y lo que vio le dejó completamente en shock.

Frente a él tenía a una mujer hermosa de belleza sencilla y angelical. Mirándolo sonriente y con sorpresa en sus pupilas. Su pelo castaño cobrizo, ondulado y recogido en una trenza desecha, y los ojos azules más preciosos que había visto en su vida. 

—Sí, soy yo.

—Soy Kalina, la amiga de Evzen.

No era como ninguna de las mujeres con pintas de modelo que Evzen le había elegido para sus citas, y sin embargo había algo hechizante en ella que provocaba que no pudiera dejar de mirarla.
Entraron en el café y pidieron dos cappuccinos antes de sentarse en una de las mesas libres. No podía dejar de observarla. Su rostro le era muy familiar pero estaba descolocado. Cuando volvió a sonreírle…lo entendió.

—Eres la chica del vagón de metro ¿verdad? Tú y yo nos chocamos…

—Sí, hace semanas... Coincidimos mucho. 

Ambos sonrieron. Estaba más arreglada que de costumbre, con un maquillaje ligero, pero era ella.

—Espero no haberte decepcionado. Creo haber entendido que buscabas para tus citas otro tipo de mujer muy diferente a mí…

«Voy a matar a Evzen en cuanto le vea…¿Cómo ha podido contarla eso?»

—Estaba demasiado agobiado por no encontrar una mujer para ti, y se ha volcado en intentar emparejarme a mí. Si quieres puedes marcharte… —le explicó al percibir que estaba divagando sobre algo.

Se quedó pensativo sin decir nada durante un rato que a Kalina le parecieron horas. Damek sintió un dolor infinito al pensar que debía despedirse de ella.

—¡Ni loco! He venido para conocer a una mujer preciosa y es justamente eso lo que voy a hacer…¿A qué te dedicas, Kalina?

—Profesora de infantil. ¿Y tú?

«Interesante y diferente» pensó.

—Productor de televisión.

Ella no dijo nada, solo le volvió a sonreír. Y Damek temió que fuese ella la que en esos momentos quisiera salir corriendo antes que conocerle.

Después del café fueron a cenar.

No dejaron de hablar sobre sus vidas ni un solo instante, y al terminar él la había acompañado hasta su casa, pero no quiso subir.

Kalina se sintió extraña. Dada la forma en la que se habían mirado durante toda la noche había pensado que podría surgir algo más. Sin embargo el joven no dio el siguiente paso esperado.


Se volvieron a tropezar en el vagón de metro, cada mañana. Mientras la ciudad seguía con su trasiego de rutina. Mientras el mundo permanecía girando, ellos estaban sumergidos en su propia burbuja.

Unas veces se sentaban juntos, hablaban, reían. Otras sin embargo los asientos estaban ocupados y se contentaban con mirarse desde lejos y sonreírse.

Se dieron los números de teléfono. Y llamada tras llamada se creó una magia especial entre ellos. Una magia capaz de iluminar sus sonrisas más desgastadas.

Llegaron las confesiones a media voz entre cappuccino y café latte en el Kafka, caricias tibias de manos inquietas mientras paseaban agarrados por el puente de Carlos, sonrisas que se deshacían entre el aire del invierno cuando sus pies cruzaban la Torre de la Pólvora. El Reloj Astronómico muchas veces intentó seguirle los pasos a sus corazones desbocados, sin conseguirlo. Se perdieron en las tiendas de la ciudad nueva para terminar cenando en el primer restaurante que encontrasen, con prisas por acabar en casa de ella, sin ropa y con sus cuerpos ansiosos de besos, mordiscos y bailes salvajes.

Sin darse cuenta el tiempo pasó demostrándoles que a veces se podía caminar por el boulevard de los sueños que no estaban rotos, y que se hacían realidad. Sin pretenderlo fabricaron recuerdos que después les fueron muy difíciles de olvidar.

Porque Damek comenzó a contestar sus mensajes con evasivas, echándole la culpa al trabajo. Y Kalina dejó de insistir. Se cansó de ser ella quien siempre marcaba su número para recibir la misma respuesta.

Y así, fueron pasando los días y las semanas. Entre viajes de mañana y tarde en el mismo vagón de hojalata. Entre miradas repletas de palabras y silencios que dolían dentro del corazón. Entre despedidas de esas que encogen el alma y contaminan la sangre volviéndola espesa y aletargada.

Entre susurros de unos labios que tantas veces se habían buscado y encontrado, y que ahora no se atrevían a sonreír en la misma dirección.

Una de esas tardes de regreso a casa, Kalina lo miró cuando él no la observaba. Damek estaba perdido en sus propios pensamientos y en la música de Insomnium que latía en sus auriculares, mirando el suelo para reprimir el deseo ferviente de perderse en su mirada otra vez. Y ella se sorprendió cuando su mente pronunció en silencio unas palabras que la dolieron en el alma.

«Ty jsi moje láska[i]…»

Lo tenía claro. Había sentido demasiadas cosas al estar en sus brazos como para no darse cuenta de que lo amaba. Aunque él no sintiese lo mismo por ella. Lo amaba con cada latido de su corazón. Aquellos dos meses a su lado habían sido lo mejor que la había pasado en su vida desde hacía mucho tiempo.

La rutina, el sentimiento de fracaso, su lejanía, intentaron magullar su corazón. Ya había sufrido por amor dos veces. Ya sabía lo que era perder, lo que era amar y fallar. Lo que era reconstruirse de sus propias cenizas.

Por eso intentó dar un  último paso antes de claudicar. Antes de darlo todo por perdido. En un atisbo de valentía, que bien parecía una chispa de locura, Kalina decidió sincerarse y dar un paso hacia delante.  

 Se cansó de mirarle a escondidas, de sonreír esperando una sonrisa.


Cuando Damek llegó a casa, dejó las llaves en el abrigo para no olvidarlas y se encontró una nota en la tela del bolsillo.

Extrañado, abrió el papel para saber qué contenía. Sus ojos se perdieron en una preciosa grafía que desconocía.

«UN CAFÉ CONTIGO:

Tan solo quiero un café contigo, y que se detenga el tiempo.

Que mis miradas te cuenten lo que no me atrevo a confesarte. Que mis sonrisas te murmuren todo lo que se callan mis silencios.

Un café contigo, y que nos sobre el teléfono, y que el mundo se quede aparte, que el reloj marque nuevos suspiros tras nuestro pecho.

Que seamos tú y yo, fabricando instantes y recuerdos, bailando la misma canción sin movernos.

Tan solo quiero un café contigo y que mis manos te expresen el invierno que llevo dentro.

Tan solo quiero un café contigo y que mis labios te tatúen a mordiscos mis anhelos de soñarte, mis desvelos.

Necesito un café contigo y que se detenga el tiempo.

Kalina.»

Ahí estaba la mujer a la que había conocido en un café que bebieron rápido, en una cena informal que se había alargado. La mujer que le había hecho sentir demasiado cada tarde y cada día que habían quedado. La mujer que tantas veces había gemido entre sus brazos.

Kalina, la amiga de su amigo Evzen, que lo había dejado tembloroso como un adolescente desde el primer aleteo de pestañas. Dando un paso hacia adelante. El paso que él no se había atrevido a dar, temeroso de nuevos fracasos. Él había dudado. Había cortado la relación por miedo a perder.

Tantos meses implorando por una mujer que le entendiera, que fuese diferente a todas las demás, y ahora que la había encontrado, se había cagado de miedo. Era demasiado bonita y perfecta para ser real. Demasiado expresiva. Demasiada cercana. Demasiado sensible…

Demasiado todo para no luchar.

Guardó la nota doblada en el cajón de su mesita. Su corazón había decidido que aquel pequeño papel arrugado sería su pequeño tesoro. Un tesoro que le demostrase que a veces las personas nos sorprenden, que a veces la vida te da momentos que merecen la pena, que te fabrica recuerdos de los que solamente tú eres el dueño.

Se sentó en la cama y apoyó sus pies descalzos sobre la alfombra. Miró por la ventana como la noche abrazaba la ciudad con sus sombras arcaicas. Intentó relajar a su corazón desbocado.

Recordó cómo, esa tarde, antes de salir del vagón habían tropezado y lo entendió. Ese había sido el momento en el que ella había dejado caer el papel en su bolsillo.

Sonrió.

Recordó sus ojos azules de pestañas cobrizas y espesas. Recordó su sonrisa sincera. Su mirada transparente. El calor de su piel bajo la caricia de sus manos. La huella edulcorada de sus besos, la picardía de sus mordiscos.

Volvió a sonreír, y decidió coger su Iphone y marcar. Kalina. Llamando.

Al otro lado de la línea, una voz femenina, que siempre lograba hacerlo estremecer, contestó.

—Holaa.

A Damek su voz se le atascó en la garganta. El eco del silencio les susurró. El pánico por las palabras que pretendían salir de sus labios le hizo toser.

—¿Estás bien? ¿Damek?

—Kalina…

—¿Sí?

—Ty jsi můj poklad[ii]

—Yo…

—Mám tě rád[iii]

—Miluji tě[iv].

Un par de sonrisas sonaron con su eco a través del teléfono. Al unísono. Melodías de una misma canción. 

“My shadow’s the only one that walks beside me, my shallow heart’s the only thing that’s beating, sometimes I wish someone out there will find me, ‘til then I walk alone…”

Porque a veces el amor triunfa y gana la batalla a los miedos. A veces, después de haberse sentido perdido, solo y tembloroso de pánico en medio de la oscuridad, se puede encontrar a alguien con el que revivir esa sensación de felicidad que parpadea en la sangre al saber que los sueños no están ni caducados, ni rotos, ni olvidados. Que no caminamos solos.

FIN


[i] Ty jsi moje láska. Tú eres mi amor, en checo.
[ii] Ty jsi můj poklad. Eres mi tesoro.
[iii] Mám tě rád. Te quiero.
[iv] Miluji tě. Te amo.