Regalo de domingo.
Cuando mi pasión por la buena música, se junta a los lugares que he conocido en mis viajes, y a las palabras para expresar amor en otros idiomas, sale un relato como este.
Un relato creado a partir de las canciones que varias personas me aconsejastéis por Redes Sociales. Que sepáis que hay un pedacito de vosotros en mis protagonistas, en el relato en sí. Espero que os guste el resultado.
Gracias infinitas por estar siempre al otro lado, apoyándome, contestando a mis encuestas, leyéndome. Sois lo mejor. <3
(Derecho de imagen de su propietario. Encontrada en Google.)
BOULEVARD OF BROKEN
DREAMS
“I walk a lonely road, the only one that I have ever
known, don’t know where it goes, but it’s home to me and I walk alone, on the
Blvd of broken dreams, where the city sleeps, and I’m the only one and I walk
alone…My shadow’s the only one that walks beside me, my shallow heart’s the
only thing that’s beating, sometimes I wish someone out there will find me, ‘til
then I walk alone…” Green
Day
Damek
caminaba apresurado hacia la boca del metro. Aquella mañana se había levantado
con tiempo de sobra para no llegar tarde al trabajo, pero al final todo se había
complicado.
La
correa de su reloj se rompió, se manchó la camisa con el café, tuvo que
cambiarse de ropa y buscar una corbata que fuese a juego. Y para colmo, en la calle
le esperaban un frío intenso y los copos de nieve que habían caído durante la
noche.
No
había tenido tiempo ni para mirar la previsión del clima en las noticias.
Demasiados emails que contestar,
muchos guiones que revisar para que todo estuviese en el lugar correcto,
reuniones que concertar, eventos que rechazar. La estresante vida de un
productor de televisión.
Aunque
era de esperar, dadas las bajas temperaturas del invierno en su ciudad, le
había sorprendido totalmente la nieve silenciosa que había abrazado a Praga en
la oscuridad.
La
ciudad amaneció con un tinte mágico de pureza y romanticismo que lo envolvía
todo con un aura de postal que a él, particularmente, le encantaba. Desde
pequeño disfrutaba mucho de la nieve y del misticismo que brindaba. Para él era
como si todo sentimiento pudiera congelarse y hacerse eterno.
Cuando
entró en el vagón de metro que debía coger para llegar a la oficina, se sentó
en uno de los asientos libres y se puso los cascos de su Ipod. Así eran todos sus días. Esa rutina que no le hastiaba, que
le tranquilizaba. La música.
Después
de las prisas, escuchar a sus bandas preferidas, a sus artistas favoritos, era
lo único que podría salvarle aquella mañana. Demasiadas tensiones en su cuerpo.
Los
acordes del Number of the Beast de Iron Maiden comenzaron a sonar en los
auriculares. La voz de Bruce Dickinson
le hizo sentirse vivo y olvidarse de todo. Nadie adivinaría sus gustos
musicales si únicamente se guiase por su forma de vestir para trabajar, siempre
trajeado e impoluto. Sin embargo, sus preferencias iban desde el heavy metal más clásico y el death melódico finlandés hasta el Hip Hop en lengua castellana. Idioma que
había aprendido desde pequeño gracias a su madre, de nacionalidad española.
La
música invadió sus oídos, y el traqueteo del vagón de tren le acurrucó en sus
pensamientos. Rememoró las citas fallidas que se habían sucedido en los últimos
meses.
Damek
Dvořak, a sus treinta y cinco años, era un hombre de éxito en el terreno
profesional. Ganaba mucho dinero, poseía un hogar con todo tipo de lujos, tenía
buenos amigos, una familia adorable, incluso un perro que cada vez que llegaba
a casa se volvía loco por sus caricias y atenciones.
Era
guapo, inteligente y divertido. Hablaba con total fluidez tanto el checo, como el
inglés y el español. Y se le daba muy bien dirigir al grupo de profesionales
con los que trabajaba. Sin embargo en su vida había algo que fallaba. Las
mujeres.
Por más que intentaba que sus relaciones
fuesen algo más que un suceso de encuentros casuales o casi esporádicos, no lo
conseguía. Todas utilizaban al prestigioso productor de una de las cadenas
televisivas más famosas con la intención de poder acercarse a ciertos actores o
personas importantes en el sector que pudieran lanzar sus carreras, pero nunca
querían ahondar más allá con él.
Solo
querían un par de noches de buen sexo, porque eso era algo que se le daba muy
bien, y las luces de los focos de los paparazzi
en las fiestas exclusivas a las que tenía acceso, dados sus contactos. Después
ni siquiera volvían a llamarle.
Ya
se estaba acostumbrando a vivir de ese modo, cuando Evzen, el mejor amigo de su
hermano: Vasek, le ofreció concertarle una cita con alguna de las chicas de su
empresa de contactos. Sería una buena forma de acabar el año. Junto a alguien
que mereciese la pena de verdad.
Evzen,
era el director de la web Meet me. Un
lugar en la red donde todo aquel que quisiera, después de rellenar unos
formularios y crear unos perfiles, tenía acceso a un chat donde poder conocer candidatos y candidatas con los que tomar
una copa, ir al cine o tener citas más íntimas. La típica web de ligues para
los que no tenían tiempo para socializar, por culpa de sus trabajos o su
rutina.
Jamás
hubiera accedido a algo así. Sin embargo, se dejó comer la cabeza por el mejor
amigo de su hermano, que desde hacía unos años, se había convertido en un gran
amigo para él también. El joven afirmó que podría encontrarle al amor de su
vida. Aquello le pareció imposible pero se lo permitió.
Damek
siempre había tenido claro que el amor era algo que debía aparecer de forma
espontánea, pero después de meses, desesperado, esperando una señal, le dio vía
libre a Evzen para intentar emparejarle con alguna mujer de las que habían
enviado sus datos a la empresa. «¡No tengo nada que perder!»
♠
Kalina
Ivanović entró en el vagón de metro, medio dormida y con frío. El café cargado
que se había tomado al despertar y la ducha de agua caliente no le habían
funcionado.
Lo
único bueno de aquella mañana había sido sentir el crujido de la nieve bajo sus
botas al caminar. La había echado mucho de menos. El invierno era su estación
favorita, se sentía a gusto con la melancolía que transmitía. El tiempo sucedía
de forma más lenta, se acoplaba al clima, y a ella le gustaba detener ese leve tic-tac del reloj, saborearlo, que
quedase impreso en sus adentros.
Un
año nuevo recién había comenzado y tenía doce meses por delante para conseguir sus
nuevos objetivos. Y eso era motivo de celebración. Ser más feliz, llevar una
vida menos estresante, discutir menos y enamorarse de nuevo, estaban entre sus
propósitos.
El
blanco radiante de los copos de nieve siempre la había sacado una sonrisa casi
instantánea. Pensó en lo contentos que se pondrían sus pequeños, cuando durante
el horario de recreo, pudieran salir a jugar con ella.
Hacía
demasiado frío, y las sábanas la habían sepultado aquella mañana,
convirtiéndola en un torbellino de prisas. Pero había llegado a tiempo para
coger el metro. En esos instantes estaba sentada en el mismo vagón de cada día,
otra de sus manías, escuchando Cosmic
Love de Florence and the Machine
en su móvil, mientras trataba de dejar su mente en blanco para no pensar en su
lista de fracasos.
Canturreó
la canción perdiéndose en las estrellas de las que hablaba, en la oscuridad que
a veces nos ciega, en las huellas que deja el desamor en nuestro alma cuando
nos hacen daño, y en el poder de la ilusión de conseguir un nuevo amor que nos
salve de nosotros mismos cuando nos sentimos cegados o perdidos.
Intentó
seguir el ritmo, cantar cada palabra, pero pequeños recuerdos de las
discusiones con su hermana, en los últimos días, invadieron su mente. Los
consejos de su madre para sobrellevar los meses futuros, los desaires de su
padre hacia su hija menor, los hombres que conocía y con los que no acababa de
conectar después de esa relación fallida que la había dejado en estado
catatónico.
A
veces, sencillamente, las cosas se complicaban. La vida era así, como una
montaña rusa llena de curvas, vaivenes inesperados, cuestas amargas y caídas de
vértigo.
Se
sentía hastiada y cansada de todo, excepto de su trabajo, y así era imposible
dejar paso al positivismo que muchos años atrás siempre la acompañaba. Ser
profesora de infantil era lo único bueno que había en esos momentos en su vida.
Lo único que la hacía sentirse bien, realizada, valorada y querida. Todo lo
demás estaba sumido en un caos negro.
Siempre
había tenido una gran relación con su hermana, pero últimamente sus caracteres
chocaban más que nunca, más que las simples riñas entre hermanas que se llevan
dos años de diferencia. Raina estaba embarazada y sus hormonas la hacían saltar
a la mínima oportunidad. Estaba deshecha porque el padre del retoño había
decidido dar la espantada, y eso tenía mucho que ver con que estuviese
insoportable.
La
entendía. Pero ella también estaba enfadada con el género masculino y no iba
saltando al cuello de su familia por ello.
A
sus treinta y tres años había experimentado demasiado dolor dentro del corazón
por culpa del amor. Aunque dijesen que el corazón no dolía, ella sabía lo que
era sentirlo totalmente roto en mil pedazos y sentir la angustia de las heridas
en el pecho. Aun así no perdía la esperanza de encontrar de nuevo a una persona
que la hiciese sentirse en el paraíso. Así era ella, dulce, soñadora y
enamoradiza hasta la médula.
♠
Tras
el trabajo, Damek quedó con su amigo Evzen para hablar de las citas que había
tenido. Le habían bastado un par de meses de cenas fallidas y citas desastrosas,
para darse cuenta de que no lograría nada. Le dijo que dejase de probar porque
no llegarían a ninguna parte. Parecía que el amor no estaba destinado para él.
Quería empezar el nuevo año sin tonterías que agraviasen más su estado de
ánimo.
—Puedo
intentarlo con alguna candidata menos despampanante...
—Déjalo,
amigo. No quiero más citas. Me marcho, nos vemos la semana que viene…disfruta
de la familia…
Minutos
después de aquella conversación estaba sentado en el metro camino de casa. Con
la mirada perdida divagando sobre su mala suerte con las mujeres, y lo
fatalistas que habían acabado siendo algunos de los encuentros concertados.
Desde
mujeres con las que no tenía nada en común y que le aburrían soberanamente
después del sexo, hasta mujeres con las que ni siquiera había sido capaz de
mantener una conversación porque estaban más preocupadas de su vestido o
maquillaje que del hombre que tenían delante.
Fue
entonces cuando caviló que la única explicación era que debía estar roto o
tener alguna tara que él no lograba ver pero que las mujeres percibían
enseguida. Abatido se levantó en su parada para bajarse del tren, cuando se
chocó con alguien.
Una
mujer de pelo castaño cobrizo y ojos azules le sonrió con timidez pidiéndole
disculpas. Iba tan perdido en sus pensamientos que ni siquiera había reparado en
ella durante el vaivén de aquel trasto de hojalata.
Cuando
ella le sonrió dulcemente sin dejar de mirarle a los ojos, mientras sus labios
carnosos susurraban una frase de perdón, se imaginó su sonrisa cada despertar,
a su lado en la almohada, y la imagen se le tornó insoportable. No porque la
mujer no fuese preciosa, que lo era, sino porque le había dolido demasiado
saber que eso era algo que no estaba escrito en su destino.
Cuando
las puertas se abrieron, salió disparado hacia las escaleras mecánicas deseando
llegar a su apartamento.
♠
Kalina
marcó los pasos con prisas. Se la había hecho tarde en casa de sus padres, pero
al menos había solucionado las pequeñas rencillas con su hermana. Habían
hablado mucho de los sentimientos de ambas, y eso había ayudado para que las
cosas mejoraran. Se habían sincerado, con lo que las dolía a cada una, hablaron
de sus tristezas y de sus miedos, y los latidos de sus corazones las acercaron.
Como siempre.
Había
visto a su futuro sobrino en una ecografía y había sido superior a su orgullo.
Ambas se habían echado a llorar como tontas, y ya no habían dejado de
abrazarse. Planearon que saldrían juntas de compras porque había mucha ropa que
le quería comprar, y tratar de seguir unidas pasase lo que pasase.
La
jornada laboral había sido revitalizante ese día. Como había aventurado los
pequeños habían disfrutado mucho con la nieve y todas las posibilidades que
ofrecía. Muñecos, castillos, bolas lanzadas a la cabeza de su profesora. El
patio del colegio fue una auténtica batalla de sonrisas.
Cuando
llegó a casa, encendió la televisión y se preparó la cena con el ruido del
telediario de fondo. El mundo estaba cada vez peor y eso hacía que algunos de
los latidos de sus venas se marchitaran de incomprensión y tristeza. Los
atentados se sucedían unos detrás de otros, la crisis de refugiados que escapan
de la guerra se agravaba con el mal tiempo, la nieve, las malas condiciones de
subsistencia. Los sueños de tantas personas rotos y siendo incapaces de
recomponerse.
Echó
de menos el tener alguien a su lado con el que poder hablar de esos
sentimientos de tristeza que la encogían el corazón al ser conscientes de la
vida y su dureza. O simplemente alguien para no tener la necesidad de encender
el televisor para sentirse fuera del silencio.
El
silencio conseguía estremecerla. Lo odiaba.
Como
un ligero fogonazo, apareció en sus retinas la imagen del joven del metro con
el que se había tropezado al salir.
Sus
ojos azules, su pelo rubio, su perilla perfectamente recortada, su mandíbula
cuadrada que delineaba sus agraciados rasgos.
Sonrió.
Se
sorprendió a sí misma pensando en que esos ojos y su luminiscencia serían un
buen lugar en el que perderse y en el que refugiarse de la crueldad de la
realidad.
Otra
sonrisa invadió su rostro y el sentimiento producido por ella ya no la abandonó
en toda la noche.
♠
Cada
mañana se encontraban en el vagón del metro. Era como si la vida hubiese
decidido regalarles ese pequeño ritual de miradas y sonrisas ladeadas.
Damek
trataba de centrarse en la música que sonaba en sus auriculares pero al final
siempre acababa alzando la mirada en su busca. Sus ojos le tenían totalmente hechizado.
Eran azules, en una tonalidad muy parecida a la de los suyos, pero los de ella
eran más grandes y sus pestañas más largas y espesas. No necesitaba rimmel para que sus pestañas pareciesen
alas de una bella mariposa.
Daba
igual si era el hip-hop de Khan o el de
Brock el que penetraba en sus oídos,
o si por el contrario eran acordes de Insomnium
y su pesado death metal finés. Su
sangre latía pulsando las sienes a gran velocidad, atascando su respiración,
logrando que sus latidos sonasen más que la música que intentaba apaciguar un
deseo interno que llevaba meses demasiado activo.
Ese
deseo de conocer a alguien que de verdad mereciese la pena entre tanta
falsedad. La tenía frente a frente, y sabía que su nerviosismo era palpable y
se reflejaba en el movimiento inquieto de sus pies, pero no se atrevía a
acercarse. Sabía que ella era consciente de ello. Sus miradas y sonrisas la
delataban. Y eso le daba más pánico todavía.
Y
las canciones de amor/desamor de Brock no ayudaban mucho a no pensar en los desengaños amorosos
ni en la joven hermosa que estaba sentada en el metro cerca de él.
Kalina
sentía como sus manos temblaban inquietas en cuanto sus miradas se tropezaban a
medio camino. Aunque otras personas se posicionasen delante de ellos, sabía que
él la miraba de vez en cuando, que sus ojos la buscaban aunque él quisiera
mirar hacia otra parte, el cristal de la ventana le delataba.
En
su móvil sonó Enjoy the Silence. Era
muy agradable sentir la música a través de sus oídos silenciando las tristezas
del mundo con notas musicales. La música siempre la salvaba incluso en sus días
más nostálgicos. Esa canción, al igual que las de Jamiroquai, siempre le daba ganas de bailar. De disfrutar de cada segundo.
Se
sentía bien perdiéndose en los ojos del desconocido del que no sabía ni su
nombre. Lo único que conocía de él era lo que tenía delante, lo que estaba al
alcance de sus manos, y por un segundo deseó poder tenerle entre sus brazos,
que la sostuviera, preguntarle sobre su vida, mantener una conversación,
sentirle más cerca.
Poder
conocerle de verdad. Dejar que las sonrisas hablasen, que sus miradas se
dijeran lo que no sabían pronunciar. Porque lo que tenía claro era que entre
ellos dos había palabras que no habían llegado a nacer, pero que estaban
sedientas de cobrar vida, medio muertas, zombies,
esperando a ser pronunciadas. A veces los silencios decían más que las
palabras, cuando eran las miradas las que tomaban el relevo.
Y
así pasaron las semanas, entre miradas directas unas veces, escondidas a otras,
y sonrisas que se pronunciaban solas, aunque no quisieran, cuando se pillaban
observándose. Sin embargo, parecía que ninguno de los dos estaba dispuesto a
dar el siguiente paso. Demasiados miedos, demasiados fracasos, demasiado dolor.
Cada
mañana y cada tarde, en el mismo vagón de metro, los latidos de sus corazones
colisionaban. Chocaban, se asemejaban para después, cuando salían por la
puerta, volverse a alejar. Y aunque creían que sus encuentros eran solo fruto
del azar, de la rutina, de compartir línea de metro y tener los mismos horarios,
ambos de regreso a casa no podían evitar rememorar cada instante transcurrido
durante el recorrido de la línea.
Encontrarse,
mirarse y sonreírse, era su momento refugio del día. Aunque no pensasen en
ello, aunque no quisieran aceptarlo. El corazón brincaba desbocado dentro del
pecho alejando los problemas y deshaciendo esa rutina que intoxicaba igual que
las pequeñas volutas de humo contaminado. Sus pulmones absorbían aire fresco en
cada aleteo de pestañas, en cada gesto inocente de unos labios apretados por
los dientes, de unos labios que se morían por susurrar frases inacabadas.
♠
Pasaron
los días y después de semanas de agobiante trabajo, de reuniones que se
alargaron demasiado en el tiempo y de fiestas a las que por primera vez en su
vida había decidido acudir solo, Damek recibió un mensaje de Evzen en su Iphone. Una hora prefijada y una
dirección de un café muy conocido.
«Te dije que
no quería más citas a ciegas, estoy agobiado y cansado de todo…»
Enseguida
recibió una respuesta del que se había convertido en un gran amigo durante esos
años.
«No
es una chica de la web, sino una amiga que necesita conocer gente nueva tras
una ruptura. ¡Hazlo por mí!…»
«¡NO
voy a ir!»
«Irás,
no vas a dejar plantada a una preciosa mujer ¿verdad?»
Aquel
último mensaje de su amigo lo terminó de convencer. Solo de imaginar a la mujer
sola en la cafetería, esperando a alguien que no iba a llegar, se le
revolvieron las tripas.
La
tarde de la cita no tenía el ánimo muy positivo. Había tenido una discusión en
el trabajo, y todavía seguía con la mente en la oficina. Podía haberse negado
de todas las formas posibles, haber llamado a Evzen, pero un café rápido no le
haría ningún mal. Sus últimas citas ni siquiera habían perdurado más de un café
a medio tomar.
Cuando
Damek llegó al Café Kafka, ubicado en la Ciudad Vieja, cercano al antiguo
cementerio judío, no vio a nadie esperando en la puerta. El lugar no estaba
demasiado concurrido a esa hora, y todas las personas sentadas a las mesas
estaban acompañadas. No había ni rastro de la chica de la que le había hablado
Evzen.
Suspiró
con hastío. Derrotado. Miró el mensaje de su amigo de nuevo, por si se había
confundido de hora o de lugar.
Estaba
en el sitio correcto y a la hora indicada. «¿Y sí ella ha decidido no venir y
soy yo el que se queda plantado?»
Miró
su reloj de muñeca, cogió el móvil, deslizó sus dedos sobre la pantalla, lo
guardó en el bolsillo del abrigo. Sus pies estaban inquietos. Regresó al reloj,
y a punto estuvo de marcharse cuando una voz femenina pronunció su nombre.
—¿Damek?
Se
volteó hacia la voz y lo que vio le dejó completamente en shock.
Frente
a él tenía a una mujer hermosa de belleza sencilla y angelical. Mirándolo
sonriente y con sorpresa en sus pupilas. Su pelo castaño cobrizo, ondulado y
recogido en una trenza desecha, y los ojos azules más preciosos que había visto
en su vida.
—Sí,
soy yo.
—Soy
Kalina, la amiga de Evzen.
No
era como ninguna de las mujeres con pintas de modelo que Evzen le había elegido
para sus citas, y sin embargo había algo hechizante en ella que provocaba que
no pudiera dejar de mirarla.
Entraron
en el café y pidieron dos cappuccinos antes
de sentarse en una de las mesas libres. No podía dejar de observarla. Su rostro
le era muy familiar pero estaba descolocado. Cuando volvió a sonreírle…lo
entendió.
—Eres
la chica del vagón de metro ¿verdad? Tú y yo nos chocamos…
—Sí,
hace semanas... Coincidimos mucho.
Ambos
sonrieron. Estaba más arreglada que de costumbre, con un maquillaje ligero,
pero era ella.
—Espero
no haberte decepcionado. Creo haber entendido que buscabas para tus citas otro
tipo de mujer muy diferente a mí…
«Voy
a matar a Evzen en cuanto le vea…¿Cómo ha podido contarla eso?»
—Estaba
demasiado agobiado por no encontrar una mujer para ti, y se ha volcado en
intentar emparejarme a mí. Si quieres puedes marcharte… —le explicó al percibir
que estaba divagando sobre algo.
Se
quedó pensativo sin decir nada durante un rato que a Kalina le parecieron
horas. Damek sintió un dolor infinito al pensar que debía despedirse de ella.
—¡Ni
loco! He venido para conocer a una mujer preciosa y es justamente eso lo que
voy a hacer…¿A qué te dedicas, Kalina?
—Profesora
de infantil. ¿Y tú?
«Interesante
y diferente» pensó.
—Productor
de televisión.
Ella
no dijo nada, solo le volvió a sonreír. Y Damek temió que fuese ella la que en
esos momentos quisiera salir corriendo antes que conocerle.
Después
del café fueron a cenar.
No
dejaron de hablar sobre sus vidas ni un solo instante, y al terminar él la
había acompañado hasta su casa, pero no quiso subir.
Kalina
se sintió extraña. Dada la forma en la que se habían mirado durante toda la
noche había pensado que podría surgir algo más. Sin embargo el joven no dio el
siguiente paso esperado.
♠
Se volvieron a tropezar
en el vagón de metro, cada mañana. Mientras la ciudad seguía con su trasiego de
rutina. Mientras el mundo permanecía girando, ellos estaban sumergidos en su
propia burbuja.
Unas
veces se sentaban juntos, hablaban, reían. Otras sin embargo los asientos
estaban ocupados y se contentaban con mirarse desde lejos y sonreírse.
Se
dieron los números de teléfono. Y llamada tras llamada se creó una magia
especial entre ellos. Una magia capaz de iluminar sus sonrisas más desgastadas.
Llegaron
las confesiones a media voz entre cappuccino
y café latte en el Kafka, caricias
tibias de manos inquietas mientras paseaban agarrados por el puente de Carlos, sonrisas
que se deshacían entre el aire del invierno cuando sus pies cruzaban la Torre
de la Pólvora. El Reloj Astronómico muchas veces intentó seguirle los pasos a
sus corazones desbocados, sin conseguirlo. Se perdieron en las tiendas de la
ciudad nueva para terminar cenando en el primer restaurante que encontrasen,
con prisas por acabar en casa de ella, sin ropa y con sus cuerpos ansiosos de
besos, mordiscos y bailes salvajes.
Sin
darse cuenta el tiempo pasó demostrándoles que a veces se podía caminar por el
boulevard de los sueños que no estaban rotos, y que se hacían realidad. Sin
pretenderlo fabricaron recuerdos que después les fueron muy difíciles de olvidar.
Porque
Damek comenzó a contestar sus mensajes con evasivas, echándole la culpa al
trabajo. Y Kalina dejó de insistir. Se cansó de ser ella quien siempre marcaba
su número para recibir la misma respuesta.
Y
así, fueron pasando los días y las semanas. Entre viajes de mañana y tarde en el
mismo vagón de hojalata. Entre miradas repletas de palabras y silencios que
dolían dentro del corazón. Entre despedidas de esas que encogen el alma y
contaminan la sangre volviéndola espesa y aletargada.
Entre
susurros de unos labios que tantas veces se habían buscado y encontrado, y que
ahora no se atrevían a sonreír en la misma dirección.
Una
de esas tardes de regreso a casa, Kalina lo miró cuando él no la observaba.
Damek estaba perdido en sus propios pensamientos y en la música de Insomnium que latía en sus auriculares,
mirando el suelo para reprimir el deseo ferviente de perderse en su mirada otra
vez. Y ella se sorprendió cuando su mente pronunció en silencio unas palabras
que la dolieron en el alma.
«Ty
jsi moje láska[i]…»
Lo
tenía claro. Había sentido demasiadas cosas al estar en sus brazos como para no
darse cuenta de que lo amaba. Aunque él no sintiese lo mismo por ella. Lo amaba
con cada latido de su corazón. Aquellos dos meses a su lado habían sido lo
mejor que la había pasado en su vida desde hacía mucho tiempo.
La
rutina, el sentimiento de fracaso, su lejanía, intentaron magullar su corazón.
Ya había sufrido por amor dos veces. Ya sabía lo que era perder, lo que era
amar y fallar. Lo que era reconstruirse de sus propias cenizas.
Por
eso intentó dar un último paso antes de
claudicar. Antes de darlo todo por perdido. En un atisbo de valentía, que bien
parecía una chispa de locura, Kalina decidió sincerarse y dar un paso hacia
delante.
Se cansó de mirarle a escondidas, de sonreír
esperando una sonrisa.
♠
Cuando Damek llegó a
casa, dejó las llaves en el abrigo para no olvidarlas y se encontró una nota en
la tela del bolsillo.
Extrañado,
abrió el papel para saber qué contenía. Sus ojos se perdieron en una preciosa
grafía que desconocía.
«UN CAFÉ CONTIGO:
Tan solo quiero un café contigo, y que se detenga el tiempo.
Que mis miradas te cuenten lo que no me atrevo a confesarte.
Que mis sonrisas te murmuren todo lo que se callan mis silencios.
Un café contigo, y que nos sobre el teléfono, y que el mundo
se quede aparte, que el reloj marque nuevos suspiros tras nuestro pecho.
Que seamos tú y yo, fabricando instantes y recuerdos,
bailando la misma canción sin movernos.
Tan solo quiero un café contigo y que mis manos te expresen
el invierno que llevo dentro.
Tan solo quiero un café contigo y que mis labios te tatúen a
mordiscos mis anhelos de soñarte, mis desvelos.
Necesito un café contigo y que se detenga el tiempo.
Kalina.»
Ahí
estaba la mujer a la que había conocido en un café que bebieron rápido, en una
cena informal que se había alargado. La mujer que le había hecho sentir
demasiado cada tarde y cada día que habían quedado. La mujer que tantas veces
había gemido entre sus brazos.
Kalina,
la amiga de su amigo Evzen, que lo había dejado tembloroso como un adolescente
desde el primer aleteo de pestañas. Dando un paso hacia adelante. El paso que
él no se había atrevido a dar, temeroso de nuevos fracasos. Él había dudado.
Había cortado la relación por miedo a perder.
Tantos
meses implorando por una mujer que le entendiera, que fuese diferente a todas
las demás, y ahora que la había encontrado, se había cagado de miedo. Era
demasiado bonita y perfecta para ser real. Demasiado expresiva. Demasiada
cercana. Demasiado sensible…
Demasiado
todo para no luchar.
Guardó
la nota doblada en el cajón de su mesita. Su corazón había decidido que aquel
pequeño papel arrugado sería su pequeño tesoro. Un tesoro que le demostrase que
a veces las personas nos sorprenden, que a veces la vida te da momentos que
merecen la pena, que te fabrica recuerdos de los que solamente tú eres el
dueño.
Se
sentó en la cama y apoyó sus pies descalzos sobre la alfombra. Miró por la
ventana como la noche abrazaba la ciudad con sus sombras arcaicas. Intentó
relajar a su corazón desbocado.
Recordó
cómo, esa tarde, antes de salir del vagón habían tropezado y lo entendió. Ese
había sido el momento en el que ella había dejado caer el papel en su bolsillo.
Sonrió.
Recordó
sus ojos azules de pestañas cobrizas y espesas. Recordó su sonrisa sincera. Su
mirada transparente. El calor de su piel bajo la caricia de sus manos. La
huella edulcorada de sus besos, la picardía de sus mordiscos.
Volvió
a sonreír, y decidió coger su Iphone
y marcar. Kalina. Llamando.
Al
otro lado de la línea, una voz femenina, que siempre lograba hacerlo
estremecer, contestó.
—Holaa.
A
Damek su voz se le atascó en la garganta. El eco del silencio les susurró. El
pánico por las palabras que pretendían salir de sus labios le hizo toser.
—¿Estás
bien? ¿Damek?
—Kalina…
—¿Sí?
—Ty
jsi můj poklad[ii]…
—Yo…
—Mám
tě rád[iii]…
—Miluji
tě[iv].
Un
par de sonrisas sonaron con su eco a través del teléfono. Al unísono. Melodías
de una misma canción.
“My shadow’s the only one that walks beside me, my shallow heart’s the
only thing that’s beating, sometimes I wish someone out there will find me,
‘til then I walk alone…”
Porque
a veces el amor triunfa y gana la batalla a los miedos. A veces, después de
haberse sentido perdido, solo y tembloroso de pánico en medio de la oscuridad,
se puede encontrar a alguien con el que revivir esa sensación de felicidad que
parpadea en la sangre al saber que los sueños no están ni caducados, ni rotos,
ni olvidados. Que no caminamos solos.
FIN