¿Cuántos universos paralelos creéis que tenemos en
la mente aquellos que escribimos?
¿Qué pensáis que sucede dentro de nuestra cabeza?
¡Un caos total! Os lo anticipo.
Tramas, subtramas, universos paralelos dentro de una
libreta, universos paralelos que van naciendo al escribir, escenas, diálogos,
personajes y sucesos que se te escapan de las manos.
(Gracias a Jaume de Excentrya por inspirar este
artículo en una de sus entradas).
Sé que en estos momentos pensaréis que estoy loca.
(Shhh, si ya sé que lo pensáis siempre). Ni os podéis hacer una idea de lo que
puede llegar a pasar por nuestra mente. No importa el lugar en el que estemos,
ni las personas con las que compartamos nuestros momentos, en nuestra cabeza
siempre hay una bombillita que se enciende en el momento menos inesperado
cuando las musas aparecen.
Todo nos inspira.
Y si no nos ponemos a apuntar en una libreta lo que
se nos ha ocurrido es porque no queremos que las personas que nos rodean nos
encierren en un psiquiátrico, pero de ganas…lo haríamos.
Una conversación, un gesto, una mirada, una sonrisa.
Esas palabras que se quedan a medio nacer y que se sobreentienden, los abrazos,
las caricias, una vista al frente cuando el paisaje es espectacular, el sonido
del mar, las huellas perdidas en la arena, ese sentimiento de libertad y ligereza
que te abraza en algunos momentos (como cuando te tumbas en el mar y te mecen las
olas)…
Lo más difícil de todo es juntar, mezclar todo
aquello que hace que las ideas se disparen en nuestro cerebro y que ese
revoltijo tenga sentido.
Pero ante todo lo más arduo de todo el escribir es
no perder la esencia que tenemos por el camino.
Mi última lectora beta (Anika) me aconsejó que no perdiera
mi esencia al escribir. Ese tinte que emborrona mis palabras y que me distingue
de otros juntaletras. Eso que ella sabe que tengo y que a veces extravío.
A medida que vas evolucionando y creciendo como
escritor, que te superas a ti mismo en número de páginas, a medida que pones el
punto casi final a varios manuscritos, y después de haber asistido a cursos
online de escritura y devorar guías de creatividad, intentas dar todo de ti en
cada historia.
Sin embargo te centras demasiado en seguir todos los
pasos aprendidos, en no cometer errores al escribir, en cumplir todos los
objetivos que llevabas planificados en tus esquemas, en que los cliffhanger se sucedan, en que los
momentos de tensión aparezcan más o menos en el número de páginas que tenías
pensado…
Y a veces, se te olvida dejarte llevar, soltarte la
melena, dejar que te sacuda la libertad de escribir lo que te da la gana sin
pensar en el género que estás escribiendo, sin pensar en nada más que no sea
disfrutar de lo que está naciendo al pulsar las teclas.
A veces se te olvida que lo importante es volver a
sentirte como cuando no eras capaz de escribir más que relatos de veinte
páginas donde todo era más fácil, más inmediato, más sentido, más emotivo.
Porque no tenías miedo a no hacerlo bien, porque
simplemente escribías lo que te pasaba por la cabeza, porque tan solo
esquematizabas un par de ideas generales y todo lo demás surgía cuando la magia
hablaba y las manos transcribían a velocidad de la música que siempre te
acompaña.
No perder la esencia.
Esa es mi única meta en mi nuevo proyecto. En la
revisión de mis antiguas historias, esas que duermen en un archivo esperando su
momentito de gloria, que esperan su gran momento para ser revisadas y
engalanadas.
No perder ese sentimiento, esa prosa poética, esa
atmósfera decimonónica que siempre ha caracterizado a mis historias según los
lectores. No perder “ese volcar el corazón en cada párrafo” y que mis
personajes sean tan reales como la vida.
Y es que a veces, aunque no quieras, cuando te
centras tanto en algunas cosas pierdes de vista otras mucho más importantes.
Porque cuando escribes una idea tras otra, es fácil
perder el norte. Es fácil olvidarse de lo simple. Así como a veces, cuando te
sientas a escribir a toda prisa, a intentar conseguir un número exacto de
palabras, te olvidas de todas las brillantes coincidencias que habías escrito
en tu libreta destinada al proyecto.
Por eso es bueno repasar.
Por eso conviene mirar esas libretas llenas de
tachones, de párrafos escritos a toda prisa, indescifrables en algunos
momentos, para recordar esa magia, esa esencia que fluyó en el momento en el
que la idea comenzaba a cobrar sus propias dimensiones dentro de tu cabeza.
Para no perder la esencia hay que escribir con el
alma abierta en canal, con el corazón latiendo a toda pastilla, sin filtros,
sin miedos, sin ataduras.
La libertad, nuestro lado más oscuro, nuestro lado
más salvaje y honesto ha de sentirse en cada línea.
Para no sentirnos
estafados, para no engañarnos a nosotros mismos, para que nuestros lectores
beta no se sientan timados al leer ese manuscrito que les habíamos vendido
como: lo mejor que he escrito en mucho
tiempo.
Porque ellos nos conocen, saben cuáles son nuestros
puntos fuertes y aquellos que flojean. Porque no podemos darles menos de lo que
esperan.
No hay que perder la esencia, hay que renovarse, hay
que evolucionar, continuar creciendo, pero sin perder de vista nuestros
primeros pasos.
Y vosotros ¿habéis sentido que a momentos perdéis
eso que os hacía diferentes, que tenéis que trabajar más para mostrarlo?
¡Contadme!
Perder la esencia o no perderla, esa es la cuestión,
queridos amigos…
¡Un abrazo!
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