Después del artículo de Viktor Valles de la semana
anterior, que podéis leer en el enlace si os habéis despistado y os lo habéis perdido, regreso
a mis desvaríos sobre creación literaria.
Hoy quiero hablaros de los paisajes y lugares que
escogemos para ubicar nuestras historias, así como el ambiente que les rodea.
Quienes hayan leído algunas de mis obras, publicada
o gratuitas, habrán podido comprobar mi predilección por los escenarios de
bosques umbríos, cementerios, paisajes nevados de clima intenso y frío, escenas
de lluvia a través de la ventana.
También sale el sol, incluso hay lugar para el
arcoíris en mis obras, pero quizá en un porcentaje del 90% sean los paisajes
grises y de niebla espesa los que cobran más vida.
Me gustan esos paisajes. Me inspiran. Me llenan de
vida por dentro. Aunque a otras personas les provoquen una tristeza infinita, a
mí me hacen crecer en mi interior.
El sol me marchita.
Y quizá sea este el único motivo por el que siempre
escojo esa parte de oscuridad tan latente en los cielos lluviosos. No solo por
lo que su climatología me regala, (que os hablaré de ello en el siguiente
artículo), sino porque me es más fácil escribir cuando me siento acorde con esa
ambientación, que escribir cuando no consigo sentir lo que me transmite un
determinado lugar, un determinado estado climático.
No me siento cómoda al escribir un día familiar y
soleado de playa, me gustan más los días de niebla y lluvia con tintes
solitarios. Quizá sea porque nací en otoño y me siento más yo cuando las hojas
mudan de piel, quizá sea porque soy del norte y aquí predominan los días
turbios, quizá porque las personas que más he querido y quiero en mi vida se
fueron con rayos de sol intenso y mi subconsciente me incita a pasar estos
paisajes tan luminiscentes por alto, a aborrecerlos e incluso en algunos
momentos a odiarlos.
Como escritora sé que quizá debería cambiar de
registro para no aburrir a mis lectores, y lo intentaré, de a poco ya lo estoy
intentando. Pero siempre he pensado que para llegar al lector sin parecer un
falso, aunque sea falsa la historia que estás contando, has de escribir con el
corazón. Y a mí el corazón me pide noches estrelladas pero oscuras, noches de
niebla en el alma, brumas y tempestades del mar, lluvia, granizo, copos de
nieve y bosques de árboles desnudos, de hierba mojada y pisoteada, de barro que
atrapa las huellas de los pies y las debilita.
Me gusta esa melancolía que transmite, esa pequeña
nostalgia, ese regalo de recuerdos de momentos imperecederos. Porque así soy
yo, mitad melancolía, mitad sonrisas.
Me gusta el sol para explicar la alegría, las
sonrisas que nacen en el corazón y que se transmiten a través de las pupilas y
su brillo inconfundible. Me gusta el arcoíris para el nacimiento de nuevos
sueños. Pero me vuelve loca esa mezcla entre sombras y luz que solo los
paisajes oscuros, tan románticos, tan evocadores, tan Edgar Allan Poe,
consiguen brindar.
¿Qué persona que haya leído ‘Jane Eyre’ de Charlotte
Brontë ha podido olvidar ese paseo de Jane entre las partículas de niebla en su primer encuentro con Mr. Rochester? ¿Esa llegada del hombre
huraño que más suspiros le ha robado a nuestro corazón, a lomos de su caballo
entre la espesa y cegadora niebla? ¿Esa luz entre la oscuridad, esa tormenta de
sentimientos que aparece en medio de la nada para acabar con nuestra
tranquilidad, con nuestro latir acompasado?
La ambientación junto a unos personajes bien
perfilados, de caracteres realistas, ayudan a que la historia que queremos
contar llegue al lector de forma inequívoca. Si conseguimos con nuestras
descripciones detalladas embeber sus sentidos, tendremos mucho terreno ganado
porque habremos conseguido que nos abra su corazón y esté atento a lo que
sucede alrededor de nuestros personajes, con todos los sentidos alerta,
dispuesto a sentir.
Para ello debemos escoger de forma muy precisa
aquellos lugares que queremos convertir en escenas que parezcan de película,
para robar la atención del lector y enlazar un paisaje con pinceladas de sentimientos,
con nuevos paisajes, con lugares que parezcan cotidianos y al alcance de los
dedos.
Describir…
Explicar…
Describir…
Mostrar con lujo de detalles…
Y no solo tendremos que describir esos lugares, sino
que tendremos que llenarlos de una vida que el lector pueda sentir a flor de
piel. Tendremos que crear colores, sabores, olores, intensidad, y matices que
aunque en una escena de película no se puedan saborear, el lector, al cerrar
sus ojos, puede llegar a rozar con la yema de sus dedos.
Es algo muy difícil, pero no imposible.
Como lectora he podido saborear desde una gota de
lluvia en la cara (gracias a mi querida Mar
Carrión), y una pequeña gota escarlata de sangre ardiente deshaciéndose en
mi boca (gracias a mi brillante Clara
Peñalver) hasta la fría caricia de un piercing (gracias a mi preciosa Laura Nuño) entre mis labios.
He podido
oler y sentir el humo de un cigarrillo impregnar la piel de mi rostro y colarse
entre mis fosas nasales (gracias a mi adorada Marisa Sicilia). He saboreado el dulce sabor de los cupcakes perdiéndose en la saliva de mi
boca en una escena cotidiana en una cocina (gracias a mi estimada Olga Salar).
Me he estremecido con el
vaivén de las hojas del otoño y sus caricias en mi piel mientras el olor de las
castañas asadas hacía vibrar mi corazón impregnándolo de recuerdos de momentos
inolvidables (gracias a mi norteña preferida, Carmen María Cañamero).
He sentido mi piel desangrándose tras los
arañazos de las sombras entre la oscuridad (gracias a mi ángel, Isabel del Río) y he sentido la ligereza
del rocío acunar mi aliento mientras mis pies caminaban por cuevas de ensueño
(gracias a mi bromance, Mara Oliver).
Como escritora es una tarea muy difícil emborrachar al lector y transportarle a
nuestro mundo paralelo de emociones intensas, pero no imposible. Por lo que no
dejo de trabajar duro esas descripciones y sensaciones para poder conseguir en
el lector suspiros entrecortados. Todo escritor ha de trabajar muy bien las
descripciones, para que sean las justas y no bombardeen con palabras
insignificantes.
Para la ambientación de los paisajes me gustan los
lugares oscuros, de climatología adversa y desordenada, y sin embargo para las
escenas de interior, para las paredes que cobijan, me decanto más por los tonos
luminiscentes, bien de un blanco espectacular o de un color radiante que lo
lleno todo de luz, que regale un poco de orden a ese caos exterior.
Porque no todo tiene que ser oscuridad. Aunque en la
oscuridad se descubran muchos más matices que los que se esconden tras el sol.
Y vosotros…
¿Por qué lugares tenéis predilección a la hora de
escoger los escenarios para vuestras novelas o relatos?
Los míos son: Bosques, praderas, acantilados…Días grises, lluvia,
agua del mar…
El Norte de España, Escocia, Irlanda…son mis
preferidos…
¿Y los vuestros?
¡Contadme!
¡Un abrazo!
Ains, mi chica, qué post tan lindo y es que la ambientación es un personaje más, ¿verdad? y tiene cambios de humor y estados de ánimo, la ambientación escribe su buena parte de la historia :)
ResponderEliminarun superabrazo y gracias por acompañarme por las cuevas de Fronda, mi bromance ;)
XXX OOO XXX
Un post genial! Gracias por tenerme en cuenta y ponerme con tan grandes nombres. Aunque faltaba el tuyo ;)
ResponderEliminarQué entrada más bonita, Beka. Para mí también la ambientación contribuye a crear un estado de ánimo, es parte fundamental de la historia. No tengo predilección por un único escenario, aunque sin duda los que tú tan extraordinariamente has descrito, tienen un dramatismo que también me gana. Gracias por pensar en mí y por regalarnos tantas emociones con tus palabras!!! <3 <3 <3 <3
ResponderEliminarLa ambientación es algo tan complicado... Que yo me limito solo a intentarlo sin exigirme demasiado, creo que como escritoras, cuanto más escribamos, más mejoraremos en este trabajo tan enrevesado. Hay que reconocer que es, como dice Mara, un personaje más. A fin de cuentas, podemos gestionarlo acorde con los vaivenes emocionales de los protagonistas (como ya hizo mi adorado Goethe con maestría impoluta) y usarlo siempre al beneficio del lector.
ResponderEliminarHay que trabajar en ello... Gracias por esta entrada porque me ha hecho reflexionar. Y mi autocrítica es abandonar poco a poco tan otoño y pensar en algún que otro día soleado por explorar.
Ya me conoces, para eso soy como tú, amante de la melancolía, de brumas y cielos plomizos, de naturalezas poderosas que no dejan de luchar a pesar del avance de la civilización.
ResponderEliminarAl principio me costaba mucho encontrar una buena descripción, no había equilibrio, pero creo que ahora lo voy controlando, nadie mejor que los lectores para decidir eso. En cualquier caso, me siento mucho más cómoda con lo que hago.
Preciosa entrada, como siempre, das con las palabras adecuadas para transmitirnos esa magia que rezuma el proceso creativo.
¡Abrazos desde un lugar no tan sombrío como mi mundo interior ;)!