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miércoles, 24 de junio de 2015

SENTIMIENTOS EXTRAÑOS

¡Queridos lectores! 

En la anterior entrada os preguntaba a modo de encuesta de qué os gustaría que hablara en los siguientes artículos de este rincón.

La autora Nuria Llop, siempre incondicional, me dio la idea de hablar sobre esa mitología celta que tanto me gusta, o sobre mi viaje a Irlanda y lo que me transmitió. En cuanto leí su comentario fueron varias las ideas que surgieron dentro de mí y ya las tengo todas anotadas en un papel. Como pequeñas chispas eléctricas aparecieron regalándome inspiración, así que gracias Nuria <3

Un día no muy lejano os hablaré sobre esas leyendas celtas, sobre los símbolos, la naturaleza de mi tierra y los pequeños seres traviesos que oculta, pero hoy quiero hablaros de SENTIMIENTOS.

—¡Ahora es cuando se pone melodramática y nos duerme!

¡No! ¡Podéis estar tranquilos! Solo me voy a poner un poco intensa ;-)

(Vamos que quizá si acabéis ZzZzZzZ)

Hoy, quiero contaros a cerca de esos sentimientos extraños, de esas sensaciones que se cuelan bajo nuestra piel cuando viajamos y conocemos determinados lugares y que nos piden a gritos letras. Entonces no es inevitable no pararnos a reflexionar, a hacer algo tan sencillo como quedarnos en silencio y respirar mientras lo que nos rodea nos cuenta un montón de cosas.

Querido lector, seas escritor o no, seguro que si te detienes y escuchas atentamente, habrá voces que te susurren. Porque esas sensaciones no son solo monopolio de los que jugamos a ser escritores, sino de todo ser humano dispuesto a entender y a escuchar sin filtros.

Con la canción “Evening Falls” de Enya sonando en bucle en el reproductor, me dispongo a contaros sobre esas sensaciones que sentí durante mi viaje a Irlanda, así para meterme mejor en el papel. 

Junto a mí pareja y el grupo del tour organizado que nos tocó, recorrí diferentes puntos de esta preciosa isla de naturaleza espectacular, clima del que no te puedes fiar porque lo mismo hace sol que llueve en un lapso de 30 minutos, y con mucha historia escondida. Tierra de esos acantilados que aunque mires hacia abajo y sientas el corazón en el pecho a punto de salir por tu boca, no puedes dejar de admirar su belleza.

Cuando visité los Acantilados de Moher o La Calzada del Gigante, pude percibir esa inmensidad de las rocas, del océano, de los horizontes que se difuminan y te obligan a entrecerrar los ojos para intentar delimitarlos. De esa ligera eternidad que contiene las naturaleza. Algo hizo ‘clic’ dentro de mí durante todo el viaje. Irlanda desprende nostalgia, serenidad, historia, y no importa lo que tengas frente a tus ojos, te maravillas con cada rincón. No importa si son calles empedradas, castillos, acantilados, casas victorianas, te transportas a un mundo mágico.

Sin embargo cuando descubrimos la península de Dingle, en el condado de Kerry, e hicimos un alto en nuestro camino marcado para visitar el llamado “Gallarus Oratory”, algo dentro de mi sangre comenzó a balancearse. Algo en mi sangre comenzó a tintinear y palpitar.

Ya sabéis que siempre he tenido predilección por los paisajes de montañas, colinas, niebla, pero fue justo allí, alejada de los grandes paisajes, donde algo me susurró.

Y ya sabéis lo importante que son para mí los susurros

Este oratorio en lo alto de una colina, de losas apiladas en forma triangular que parece un barco invertido, es conocido como “The Church of the Place of the Foreigners”. Algo así como la Iglesia o casa para los extranjeros, no es que tenga mucho de especial pero a mí me encandiló. 

Está ubicado en las ruinas del monasterio de Riasc, y apenas quedan unos cimientos en pie. A simple vista puede parecer un montón de piedras formando una pequeña habitación con una ventana y una puerta, y a su alrededor una pared de mediana altura protegiéndolo y hierba verde bien cuidada que invita a sentarse y parar el tiempo.

Sin embargo desde el momento en el que crucé el umbral de la capillita triangular para posar para una fotografía un tanto oscura, (no había posibilidad de mejorar el encuadre para conseguir una mejor luz), y percibí la humedad en su interior, ese olor a pasado, a secretos del alma, a incontables recuerdos,… una sensación extraña se apoderó de mí.

Parecía como si hubiese viajado a un tiempo que no era el mío, como si invisibles partículas de energía me impulsasen con sus latidos a querer ver más allá, a buscar dentro de mi interior. Y sucedió. 

Fue en aquel lugar, cuando mirando al cielo al salir de la capilla, paseé por sus alrededores de delicada hierba y al sentarme en las piedras de la pared, reflexioné.

No soy una persona religiosa por lo que estar en aquella capilla a miles de kilómetros de mi casa sintiéndome en paz conmigo misma puede que suene raro y contradictorio con mis ideales. Pero me invadió un sentimiento extraño dentro de mi sangre de estar en conexión conmigo misma, con mis raíces. Y al fin y al cabo eso es lo que buscan los fieles cuando entran a una iglesia ¿verdad? Un lugar donde encontrarse.

Siempre que viajo me gusta encontrarme durante el camino, crecer, evolucionar y encontrar pequeños refugios que después, en mi vuelta a casa, me ayuden a desconectar cuando la rutina me aplasta.

Y esa vez cuando viajé a Irlanda entré en comunión con las partes más profundas de mi alma y todo lo que guardo en ella.

Fui allí, y no en otro lugar, donde recordé, donde fui consciente de todo lo que tenía, de aquello que aunque pueda parecer que ya no tengo realmente sigo teniendo. Fue allí, y no en otro lugar, donde me percaté del latido infinito de mi sangre, del aleteo de las alas de mis ángeles, y de mi verdadera esencia. 

De esa parte de mí que se siente bien entre la naturaleza, que escucha voces que intentan susurrarle que el mundo de los vivos y el de los muertos no está tan lejos el uno del otro, porque al final no somos más que partículas de energía que nacen, crecen, toman forma, evolucionan una y otra vez y se desintegran. 

De esa parte de mí que no deja de gritarme que nací para escribir,  para recordar lo que otros no quieren recordar, para crear nuevas vidas y vivir miles de sentimientos a través de mis personajes. De esa parte de mí que no deja de gritarme que no estoy sola, que hay muchas personas que sienten como yo estén donde estén, sean de personalidades más o menos afines. De esa parte de mí que no deja de susurrarme que hay lugares que tienen una esencia especial, una vibración espectacular, y por ello tienen el poder de recordarte quién eres y lo que nunca serás, de recordarte lo verdaderamente importante.

De esa parte de mí que late dentro de mi sangre, aunque parte de ella se haya cristalizado en pequeños copos de nieve, y que me recuerda que el pasado, el presente y el futuro nos da forma y que no somos nada sin lo que representan. De esa parte de mí que nunca me abandona y espera en silencio a que la perciba y a que logre palparla. 

De esa parte de mí que me insta a luchar como una pequeña guerrera hacia mis sueños. Aunque estos tengan que mutar de piel y transformarse, he de seguir soñando, escribiendo, peleando, sintiendo, recordando, escuchando ciertas voces.

Y por unos minutos, o para ser sincera del todo, por unas cuantas horas, me hubiera encantado sentarme en aquellas piedras, sentarme sobre las paredes que cercaban la capillita triangular, sacar una libreta y ponerme a escribir como una posesa. 

Escribir, respirando el aroma de las montañas, oliendo la lluvia que se percibe en las nubes que encapotan el cielo aunque brille el sol. Con el amor de mi vida a mi lado, pero a solas con la sangre de mi interior. Escribir, danzar al compás de la pluma rasgando el papel con su tinta, ya sabéis vosotros de qué color, sin que importarán los segundos y minutos del reloj. Sin prisas. Pero claro, en un circuito organizado eso resulta imposible.

Pero en la vida no hay nada imposible, y por ello, hoy, después de casi un año, al cerrar los ojos y visionar viejas fotografías, regreso a aquel oratorio, recuerdo y me dedico a sentir.

Recuerdo la escasa luz que entraba en la capilla, recuerdo el olor a humedad y a remembranzas, la esencia que desprende la hierba mojada. Recuerdo que sentí paz, equilibrio en mi interior y felicidad. Recuerdo mis ansias de escribir, de transmitir, de llenar papeles arrugados e invisibles de palabras sin significado.

Y ahora entre recuerdos es cuando todo cobra sentido. En aquel lugar, sin saber el motivo real, me sentí viva, feliz, en paz... Como si hubiera encontrado ese lugar en el mundo que me recuerda de dónde vengo.

Sí, será que las raíces celtas tiran mucho y salen a flote cuando menos una lo espera...que entre naturaleza me siento bien...

¿Cuáles son vuestros refugios? ¿Habéis sentido esa conexión especial con la naturaleza que os haya hecho navegar sinceros entre vuestro interior?

¿Habéis sentido encontrar un refugio a miles de kilómetros de vuestra casa? ¿Habéis sentido esa vibración desconocida? 

Y es que a veces hay cosas que sencillamente se escapan a nuestra mente...y por más que intentemos hallar respuestas, jamás las encontraremos...

Yo, por si acaso, mantengo los ojos bien abiertos...

¡Un abrazo! Mil gracias por leer!!

2 comentarios:

  1. Me suele pasar cuando viajo, muy muy a menudo. Pero eso seguro que ya lo sabes, somos gemelas literarias jeje. Me pasó en Dublín, me pasó en Gante, me pasa cuando estoy en Inglaterra o perdiéndome por París. Me pasa cuando estoy en Barcelona... una lista interminable. Puede que por eso tenga una gran afición a la fotografía, así me llevo un poquito de cada sitio cuando paso temporadas en casa ��

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  2. Enhorabuena por la entrada, es preciosa, emotiva, tan llena de vida... Me alegro muchísimo de que mis sugerencias te hayan motivado y aún me alegro más del resultado: es espectacular.
    Y me has pillado con lo del refugio porque no sabría elegir uno que me haya transmitido lo que a ti el oratorio de Gallarus. Lo que sí sé es que me siento en paz conmigo misma cuando puedo contemplar el mar y que tuve un impacto emocional que me descolocó cuando visité la casa de Lope de Vega en Madrid para documentarme. Todavía hoy, despues de 4 años, me pregunto qué musa provocadora me susurró (😉) que escribiera novelas ambientadas en el Siglo de Oro.
    Un abrazo y repito: enhorabuena!!!

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