Hoy os escribo a horas más nocturnas porque he tenido un día demasiado agitado. Ahora mismo soy un manojo de nervios, intriga y dolor de barriga, como diría mi heavy.
A partir de mañana cambiará la rutina de la Beks no escritora, porque empiezo en un Gym, (yo que no he pisado un gimnasio en mi vida) y par tomar clases de Kick Boxing, nada más y nada menos. Y ya sabéis, estoy en fase "loca de los nervios" por enfrentarme a una situación nueva y con muchos miedos y paranoias que se me irán pasando a medida que vaya aprendiendo.
¿Qué tendrán las cosas nuevas que nos ponen tan locatis?
Y bueno, después de este mini desahogo paranoia del que acabaré hablando más en Escarcha y Palabras, (seguro), os dejo un nuevo fragmento de la historia por entregas que comencé la semana pasada.
http://rebekaoctoberwriter.blogspot.com.es/2016/02/ravens-comienza-mi-historia-por-entregas.html
¡Espero que os vaya gustando y que me vayáis diciendo!
Un abrazo a todos, en especial: gracias a Sophie y a Carmen ¡por las palabras! Y a todos aquellos que habéis compartido la historia en las redes. gracias por el cariño incondicional!!!
2. LEE
Ya habían pasado varios años de su muerte y sin embargo Lee estaba anclado en el mismo lugar en el que se había quedado tras el fallecimiento de Andreas, su mejor amigo, su hermano elegido.
Desde que se conocieron en el parvulario fueron inseparables. Andreas era para Lee ese hermano que nunca tuvo, la familia que él escogió desde que su amigo le devolvió la plastilina que otro compañero de clase le había robado. Esa clase de conexión inocente y verdadera que cuando nace acaba siendo para siempre.
Su muerte aconteció demasiado deprisa y por más que intentaba darle vueltas al asunto siempre acababa de la misma forma. Sin entender nada y con un nudo en la garganta imposible de eliminar con otra cosa que no fueran lágrimas. Su amigo se había ido pero él aún le sentía a su lado. Como un pequeño cuervo negro que siempre le mandaba los mensajes oportunos en el momento más inesperado, aunque fuese en mitad de la noche y tras posarse en el alfeizar de su ventana, como ese viejo cuervo del poema de su escritor preferido.
Una tarde se despidieron como siempre que Andy se iba a trabajar, con un “hasta luego, colega” y unos cuernos de dedos en plan: soy un metalero de los pies a la cabeza, y horas después le daban la noticia de que su amigo había fallecido. Así, sin más. Su amigo había perdido la vida sepultado bajo una máquina en su puesto de trabajo por culpa de un fallo en los paneles eléctricos. Y él había perdido a su hermano.
Esas cosas que no pasan muy a menudo, pero que a veces acontecen, dejando claro a todo el mundo que la muerte es tan inesperada como brutal y que puede aparecer en cualquier momento.
Tras la marcha de Andy, el joven de pelo negro y ojos oscuros también tuvo que decir adiós a su hermana Ivanna, con la que mantenía una relación sentimental desde hacía un año, y que al morir su hermano había decidió marcharse con sus padres de aquella ciudad que sin Andreas se les hacía insoportable.
Lee sabía que tenía que recomenzar su vida otra vez. Ya habían pasado dos años de todo aquello pero una parte de él seguía anclada en el pasado sin saber qué hacer. Según los médicos la época de luto ya tendría que haber cesado, y Lee era consciente de que había vivido todas las etapas que se supone que debían de pasarse. Negación, ira, aceptación, resurgimiento. Él se había quedado en la etapa de aceptación. Lo de resurgir ya era otro asunto más peliagudo.
Además le dominaba una idea errónea, pensaba que si no conocía a nadie nuevo, que si no abría su corazón a niguna persona, no volvería a sufrir. Le fustigaba la idea tonta de que nadie llenaría el vacío que Andreas y su hermana habían dejado en su vida. Se había acostumbrado demasiado a ellos, a que conocieran sus gustos, sus manías, a no tener que intentar caer bien a nadie…
Su vida consistía en trabajar en el taller de automóviles de su padre arreglando coches y motos, mientras soñaba con dedicarse a su sueño: el dibujo y la ilustración. Pero como lo de luchar parecía que también se había esfumado hacía tiempo, pues seguía pasando las horas entre llaves inglesas y manchas de grasa, con la mirada fija en motores y lubricantes sin un atisbo de casualidad que le hiciera sonreír con ganas. Él se hallaba perdido y sus padres demasiado cansados de que su hijo no levantara cabeza.
Apenas se colaron los primeros rayos de sol ese día y el despertador sonó, consiguiendo un bufido de hastío de la boca del joven
Lee había puesto la alarma para levantarse pronto y acudir al cementerio. Era el aniversario de la muerte de Andreas, y como todos los domingos le llevaría flores nuevas.
––Ya han pasado dos años de tu muerte, amigo, ni imaginas cómo te echo de menos — pronunció mientras acariciaba la foto que se hicieron juntos un mes antes de su fallecimiento, durante el cumpleaños de Lee.
Se dio una ducha y bajó a desayunar con sus padres.
No pudo evitar sentir una punzada en el estómago al ver las flores, que le había encargado a su madre comprar, preparadas en un jarrón con agua en el salón.
Le dio un beso a su madre y una palmada en la espalda a su padre y se sentó a la mesa. Ambos le miraron con tristeza.
No se olvidaba nunca de él pero no sabía que le sucedía durante el aniversario que todo se hacía más real, el dolor era más profundo, más intenso. La soledad abrazaba más fuerte porque era un recordatorio permanente del día en el que todo había acontecido.
Desayunó unos cereales a toda prisa, evitando así cualquier tipo de conversación con sus padres. Sabía que si alargaba mucho la estancia comenzarían a bombardearle con consejos sobre su futuro, sobre salir de fiesta y conocer gente nueva, alguna chica, sobre explotar su vena artística y abandonar el taller mecánico familiar, etc…
––Como si fuese tan fácil olvidar y comenzar de nuevo —se decía para sí mismo siempre que le aconsejaban.
Cogió las flores, se despidió y salió de casa. En media hora ya había llegado al cementerio. Eran las diez y media cuando abrió la pesada puerta de hierro oxidado para dirigirse a la lápida de mármol negro de Andy.
Al llegar vio que en el panteón de al lado, una señora de unos cincuenta y tantos años, barría con una escoba el habitáculo y colocaba un centro de flores nuevas. Siempre le había llamado la atención esa especie de cripta en forma de capilla pequeña con puerta de hierro, porque en la pared había tallados en la piedra dos aves que parecían dos cuervos.
A Lee le gustaban los cuervos, le fascinaban más bien. No solo le recordaban el poema de Edgar Allan Poe sino que además creía que tenían una especie de magnetismo que otras aves no tenían.
Quizá por eso de que en algunas mitologías eran seres mágicos y adorados, por eso de que algunos los veían como poseedores del pasado, del futuro y del momento presente. Ese había sido el motivo por el que con dieciocho años se había tatuado uno en la espalda.
––¡Hola amigo! Aquí me tienes un domingo más dándote la chapa. Sabes, he salido de casa a toda prisa, últimamente mis padres se pasan el día entero atosigándome. Que si tienes que salir, conocer gente nueva, alguna chica que te guste, empezar de nuevo, dedicarte al dibujo. ¡Cómo te reirías de mí si lo vieses por un agujero! —pronunció Lee muy nostálgico, dirigiéndose a su amigo en voy muy bajita mientras colocaba un ramo de rosas naranjas sobre su lápida.
Un ruido le sacó de su conversación. La señora había acabado de acondicionar la cripta y se disponía a marcharse, cuando sus miradas se cruzaron y ésta le sonrío.
––¡Buenos días! —se dijeron al unísono entre sonrisas ladeadas mientras se saludaban con la mano en forma de despedida.
A los dos minutos, el silencio se hizo cada vez más audible, el cementerio estaba vacío y él estaba solo con los muertos. Cosa que Lee agradecía enormemente porque así podía seguir con su diálogo privado sin que nadie se riese de él.
–– Como te decía…que mis padres quieren que deje el taller y busque algo relacionado con el dibujo o el arte gráfico, algún curso o academia, donde pueda formar “mi vena artística”. En buena hora les contaste que dibujaba, tío. Sé que sería un buen futuro trabajar en algo que me apasiona…pero darles la razón es algo que…—siguió pronunciando Lee mientras la mañana seguía su curso y los minutos avanzaban.
Aquí vuelvo a ponerme al día de Ravens.
ResponderEliminarHe sentido una gran empatía por Lee, no creo que haya superado la aceptación tanto como él cree. Sigue enganchado a su amigo y es normal, cómo para no estarlo tras una vida juntos y un desenlace tan bruto. Como la vida misma.
Un abrazo, preciosa. ^^