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lunes, 2 de enero de 2017

SMILE FOR ME_RELATO NAVIDEÑO

¡Queridos readers!

A destiempo, llega este relato navideño que empecé hace semanas, y que por culpa de acabar el año con gripe y sin fuerzas, no había podido traeros hasta hoy.

Seguimos en fiestas, así que no es tarde ¿verdad?

Espero que os guste, que sepáis leer entre líneas, que disfrutéis tanto como yo de las pequeñas cosas.

SMILE FOR ME, es un canto a los pequeños detalles que se convierten en grandes momentos. Al aroma del café y de las especias como el jengibre y la canela que tanto me gustan. A las miradas que dicen más que las palabras, y a las sonrisas que alegran el alma.

¡Felices Fiestas! Espero que este año que recién ha comenzado sea grandioso para todos los que pasáis a leer por aquí, y como la gripe ha atontado a mi lado grinch, pues a los que no me leen, también les deseo un buen año. :P

¡Un abrazo con olor a canela y jengibre!

*Gracias a mis musos: Kev Creekman, y Emilia Clarke, por dar cuerda a esta historia. Y a Stone Sour, y Corey Taylor, por acompañarme durante toda la escritura.

Para los curiosos, dejo el enlace de la canción Taciturn, que me ha acompañado durante toda la creación. Porque a veces una canción da cuerda a nuevos mundos paralelos.

https://www.youtube.com/watch?v=k0CyTHtnQpA





SMILE FOR ME/ SONRÍE PARA MÍ
S
1
entado en el sillón más alejado de la puerta, Kev escuchaba música de sus cascos con calaveras mientras degustaba a pequeños sorbos un chocolate caliente con virutas de chocolate blanco y nata. Parecía que estaba perdido en un mundo paralelo, muy lejos de allí. Y en parte así era. Había decidido aislarse de todo con las melodías de Stone Sour y la desgarrada voz de Corey Taylor.

Era uno de sus cantantes preferidos, y en días como ese, necesitaba de su voz para sentirse mejor, para sentirse comprendido. Las huellas de la canción Taciturn le abrazaron como si cada palabra hablara de él mismo. 

La cafetería estaba a rebosar de gente a esas horas de la tarde, pero Kev no veía a nadie. Sus ojos estaban cegados por la nostalgia de echar de menos los momentos pasados, las personas que habían decidido alejarse para no volver a su presente.

A su alrededor todo era algarabía, voces ensordecedoras, ruido de tazas y cucharillas. Eivør Pálsdóttir sonaba en el hilo musical intentando hacerse un hueco entre el ruido agotador. Su delicada voz pedía que por favor recordaran su nombre. 

En la calle, las luces de la navidad parpadeaban sin cesar. Centelleo a centelleo.

Katia caminaba por la calle cuando sintió el impulso de entrar. Lo había divisado a través del cristal del local.

Un anhelo de nuevas dosis de cafeína se había instalado en su cerebro cuando se encontró con sus ojos negros. Lo había reconocido al instante. Ni siquiera había tenido que mirarle dos veces al pasar por delante del cristal.

Era su vecino del bloque de enfrente. Lo había observado demasiadas veces, salir y entrar en casa, divisar por la ventana, caminar con su melena alborotada al viento y sus tatuajes llamando la atención de la gente y dejando clara su gran personalidad.

Esa tarde vestía una camisa de cuadros rojos y negros, totalmente abotonada excepto por los dos primeros que dejaban vislumbrar la tinta que decoraba su piel y su camiseta interior de color blanco. Los vaqueros desgastados y rotos en las rodillas, mostraban que la tinta adornaba casi toda su piel.

Tras un pequeño susurro de una voz endemoniada en su cabeza, Katia deseó saber qué clase de dibujos ocultaría bajo la ropa, qué secretos escondería aquel cuerpo grande y musculado que se adivinaba con tan solo un vistazo.

Unos pasos se acercaban a la cola del establecimiento, otros se alejaban camino de cualquier parte. Un montón de corazones latiendo cada uno a su propio ritmo. Prisas. Ajetreo. Un montón de vidas diferentes, personas distintas, rutinas, trasiegos, sentimientos, sueños y anhelos, silencios.

Una maraña de hilos de color rojo entrelazados. 

Sin embargo, había un corazón que caminaba muy lento y otro que hacía segundos que lo hacía totalmente desbocado. Sus hilos todavía estaban separados pero ya tintineaban queriendo aproximarse.

Pidió un café latte y se sentó en la única mesa que quedaba libre. A dos mesas de distancia de él. Sus ojos se cruzaron a medio camino, en el mismo momento en el que ella bebía de su taza gigante de color verde con el logo de una sirena y unos copos navideños tintados en gris.

Kev agarraba entre sus manos una taza blanca con el asa rayada en rojo. Distraído. Con la mirada más melancólica de su repertorio. Sin fijarse en Katia. Sin profundizar en nadie. Mirando sin ver. No quería dejarse vencer por la nostalgia, pero las navidades estaban cada vez más cerca y le recordaban todo lo que ya no tenía, ese amor que se había despedido de él meses atrás y que en días como ese echaba de menos.

Echaba de menos compartir sus segundos con alguien, almacenar instantes, sonrisas y besos. Echaba en falta despertar acompañado, ser todo el mundo para una persona.

—Sonríe para mí—susurró Katia mientras lo miraba fijamente.

Pero él no la escuchó. No sonrió. Sus pensamientos le gritaban demasiado alto a pesar de la música que bombardeaba sus oídos. Ni siquiera se percató del ligero movimiento de sus labios.

Cantaba. Imploraba una señal que le mostrará la luz, pero aquella tarde no era capaz de distinguir nada…

“Give me a sign, show me the light, maybe tonight, I’ll tell you everything…”
Media hora más tarde, Katia había pagado un nuevo café para llevar en un vaso rojo de cartón. Kev también esperaba por el suyo.

—Katia —dijo una de las empleadas del Starbucks.

—Kev—pronunció un joven.

Tropezaron al arrimarse al mostrador para recoger sus pedidos.

Ella sonrió nerviosa y azorada tras haber colisionado con su cuerpo, él lo hizo con una sonrisa a medias, melancólica pero sincera.

«Kev. Al menos ya sé cómo te llamas».

El joven cogió su café y el de ella y se lo entregó.

—Encantado, Katia. —la sorprendió.

—Igualmente ¿Kev?

—De Kevin.

Volvió a sonreír con esa mueca de tristeza que lo dominaba, y ella pensó en lo bonita que sería su sonrisa si sonriese con todas sus ganas, si lo hiciese de verdad.

Se atusó su melena tras las orejas, fue a decir algo que provocase un pequeño acercamiento, pero no hubo ocasión. Kevin salió de la cafetería como una exhalación. Demasiado a prisa para darse cuenta del vendaval que dejaba detrás.

Un corazón latía desbocado, saltándose latidos.

Solo habían sido dos segundos, cuando él la entregaba el vaso de cartón color rojo y ella lo recogía. Sus dedos se habían rozado y todo su cuerpo había reaccionado electrificándose. Su sangre se había desperezado, pulsaba agitada al igual que su respiración.

Estaba en tratar de descifrar el hormigueo de su sangre cuando la joven recibió una llamada de trabajo y salió del local con su cerebro en otra parte. 

Algunos minutos más tarde, Katia sonreía entre sorbos de café con leche con un suave sabor a jengibre y crema batida, mientras sus pies se deslizaban por la acera despacio, sin prisa por llegar a casa. No la esperaba nadie. Caminaba a punto de entrar en el portal de su vivienda, cuando unos ojos se clavaron en ella.

Su melena castaña alborotada por el ulular del viento, su flequillo recto. Sus delicadas manos intentando colocar sus cabellos detrás de las orejas como cuando habían tropezado en el Starbucks. Sus mejillas sonrojadas por el frío y quizá por algo más. Su esbelta figura de andares gráciles.

Kevin la observaba con detenimiento, con la ventaja que da el saberse oculto, mientras en sus labios reproducía la misma sonrisa que a ella la dominaba en ese instante. Con ganas, con fuerzas renovadas, con una chispa de intriga y sorpresa.

Era su vecina. La chica cuya mirada de ojos azules le había dejado atontado. La chica a la que había visto tantas veces y que nunca había llamado su total atención. La chica que había conseguido ponerle nervioso con tan solo una caricia.

—Katia —murmuraron sus labios llenando de vaho el cristal del salón.
Horas después, la noche arrasaba con cada esquina de la ciudad. El frío penetraba los callejones haciendo tarea difícil pasear sin congelarse.

Katia observaba a través del cristal cómo centelleaban las luces de colores en los árboles de Navidad de los hogares que ya estaban decorados para celebrar las fiestas.

Su sangre flotaba en cafeína. Sus párpados no querían cerrarse y su cerebro andaba tan agitado que ya se estaba preparando para otra noche de insomnio. Al igual que su corazón que seguía caminando a un ritmo demasiado apresurado en ella. Llevaba días sin poder dormir bien. Las fiestas que estaban por llegar no la gustaban nada. La hacían sentirse sola tan lejos de casa.

Lo había dejado todo por amor. Había viajado a un país que no era el suyo y ahora ya no podía marcharse de allí. Su ciudad natal ya no la hacía sentirse en casa, y sus padres habían decidido no celebrar una sola navidad más de tristeza por los que ya no estaban, por lo que siempre las pasaban fuera de casa, viajando a distintos lugares, algunos más remotos que otros. 

Un pinchazo de nostalgia invadió su pecho. Su familia estaba demasiado lejos. Sus amigos muy ocupados con sus propias familias. Ya había decidido que pasaría sola las fiestas, y aunque no había querido pensar mucho en ello, a aquellas horas de la madrugada era casi imposible no caer rendida ante ciertos pensamientos.

Velas. Un libro de fantasía de Patrick Rothfuss. Y el silencio de la noche para devorar las páginas.

En casa de Kevin las cosas eran distintas. Después de apuntar los regalos que iba a comprar para los suyos e imaginar la ropa que llevaría para las cenas y comidas importantes con su familia y amigos, se dio una ducha rápida y se acostó.

El cansancio lo venció. Ya había pensado demasiado por ese día.





2

Días después
E

sa tarde cuando Katia entró en el Starbucks cercano a su barrio, y se fue a sentar en uno de los sofás libres, se encontró con unos ojos negros que la observaban con una sonrisa pícara en sus pupilas y sin rastro de nostalgia en los labios.

Ella le respondió de la misma manera, con una mezcla de coqueteo y felicidad. 

Había implorado por una sonrisa y él había sonreído para ella.

Sonríe para mí…—recordó.

Tenía una preciosa sonrisa.

Tras esos gestos sutiles cada uno siguió inmerso en sus teléfonos móviles, respondiendo a los mensajes de trabajo, de familia y amigos. Kevin era modelo. Katia trabajaba en una floristería. Uno viajaba por el mundo cogiendo un avión tras otro. Ella solo conocía esa ciudad y la suya natal, y en esas fechas no hacía más que preparar ramos y detalles con tarjetas repletas de corazones y ningún ramillete iba dirigido a ella.

No tenían nada en común excepto su vicio por la cafeína. O eso es lo que creían.

Tiempo después, Katia hablaba en la acera con una de las clientas habituales de la floristería, y la confesaba que pasaría sola las fiestas debido a que sus padres viajaban esas semanas y no tenía pensado regresar a casa. 

—Ya estoy acostumbrada. Es el segundo año que lo paso así. No dejan de ser un día más cuando uno pierde la ilusión de la infancia.

Kevin regresaba a casa cuando la escuchó hablar con una señora mayor.

Aquellas palabras le escocieron en el corazón. A él le encantaban esas fechas. Y aunque había cosas que echaba de menos, pasar el tiempo con su familia y reunirse con ellos, aunque después regresase a su apartamento, era lo que más le gustaba. Las sonrisas, los regalos, la complicidad, el buen rollo que había entre sus padres, su hermana y él, su cuñado, sus sobrinos.

No lo cambiaba por nadie.

Hasta que no escuchó a la joven confesarse con la anciana, no se había parado a pensar en la cantidad de personas que podrían pasar solas aquellas noches y aquellos días de festividad y acercamiento a la familia. Sintió pena por ella. Y por un instante deseó que las cosas fueran distintas.

—Si no se tiene ilusión…

Pensó en todas aquellas personas que no tenían familia, en aquellos que aunque sí la tenía no tenían buena relación y estas fiestas se les hacían cuesta arriba, en las personas que se aislaban del mundo al no tener tampoco pareja en un intento de sobrevivir y no morir de sobredosis de purpurina y buenos deseos de momentos mágicos. La imagen de un grinch se le vino a la cabeza.

Si Katia al menos odiara la Navidad…Sin embargo en su conversación tan solo había hallado tristeza, ganas de que esos días pasasen rápido para no sentirse tan sola.

A lo lejos la había escuchado declinar la oferta de la anciana para acompañarla junto a su familia algún día.

Kevin había adorado la Navidad desde siempre. Era tiempo para disfrutar de la familia, y desde que sus sobrinos habían nacido eran fechas más especiales todavía. 

Desde el primer instante en el que las luces decoraban la ciudad y los hogares y establecimientos públicos comenzaban a engalanarse, se instauraba en él una especie de felicidad. Aunque a momentos la melancolía lo abrazaba, sabía que no duraría mucho en él, por eso se centraba en dejarse arrastrar por el espíritu navideño para sepultar nostalgias.

Mientras una anhelaba que los días de fiestas pasaran lo más rápido posible, el otro deseaba exprimirlas al máximo. Fabricar nuevos recuerdos con los que alimentar el corazón en los días grises.

Kevin se centró en realizar todas las compras navideñas y preparar los regalos y las diferentes cartas con los que siempre agasajaba a su familia. Sin embargo, había una idea rondándole la cabeza que a cada respiración cobraba más peso dentro de su corazón.

Katia se sumergió en su trabajo y en la lectura de mundos mágicos e inexistentes para olvidar lo que la atormentaba. La lectura siempre era una buena terapia, al igual que la música, para olvidar lo que hacía daño, para transformar la realidad.



3
Día dos de un nuevo año
K

atia se había levantado sin muchas ganas. Era Domingo, día 2 de enero, y el mundo todavía seguía inmerso en la resaca de la entrada del nuevo año.

Sus vecinos habían celebrado el acontecimiento por todo lo alto. Cenas, cánticos, felicitaciones, ruido de copas e incluso petardos que la habían parecido bombas en algunos momentos de la noche.

El día anterior, la ciudad había estado tan desierta que parecía que había sido arrasada por una guerra o por un apocalipsis zombie. Muy pocas personas se habían aventurado a salir a las calles en las horas previas a la noche del sábado.

Ese domingo todo estaba en calma y Katia aventuró que la esperaba otro día tranquilo y en silencio, sin nada que perturbarse su soledad. Un buen libro, café y silencio, sería toda su compañía.

No sabía hasta qué punto se equivocaba.

Había preparado una pizza congelada para comer que había degustado con poco apetito, y se disponía a tomar su primer café de la tarde cuando llamaron al timbre de casa.

«¿Quién será?»

Observó a través de la mirilla antes de abrir, una vieja costumbre previsora y se llevó una sorpresa. Lo que se encontró la hizo temblar tanto de dudas como de expectación.

«¿Qué hace aquí?»

Se atusó la melena y abrió antes de que se marchase al no obtener respuesta.

—¡Holaa! —fue lo único que se atrevió a decir.

Cuando sus ojos azules tropezaron con los ojos negros, no pudo evitar sonreír como una tonta. Su sangre reaccionó arrebolando sus mejillas. Kevin sonrió y al ver su mirada de su asombro, la explicó.

—Espero no molestarte…Papá Noel ha llegado tarde, pero te ha dejado algo en mi árbol. No conozco a otra Katia…

La joven sonrió al leer su nombre en la bolsa que el muchacho la entregaba, y le invitó a pasar.
—Te voy a mojar toda la casa… —señaló sus pies…

—¡Puedes descalzarte! La calefacción está puesta…Siéntete como en tu casa…

Kat se apresuró a posar la bolsa sobre la mesa del salón, y recogió el libro abierto que había dejado minutos antes esperándola sobre los cojines del sofá. Lo dejó en una de las estanterías.

Kevin sonrió al leer las solapas.

Ya tenían otra cosa en común. Patrick y el mundo de Kvothe.

—Iba a tomarme un café ¿te apetece?

—Claro. Nunca digo que no a un café en buena compañía…—sentenció mientras la seguía hacia la cocina.

La joven se estaba preparando su cappuccino gigante espolvoreado con un poco de jengibre y canela, cuando Kevin se acercó a ella y continúo hablando.

—Pensarás que soy un entrometido, pero el otro día te oí en la calle, hablar con una señora mayor, y escuché sin querer que pasabas sola estas fiestas…

—¿Y has querido hacer tu acto de caridad por navidades? —dijo con soltura.

Él se quedó callado pensando en que la había molestado su presencia.

Katia sonrió.

—Es broma. Te lo agradezco un montón. Tanto el regalo como la visita. No tenías porqué hacerlo…

—Aún no lo has abierto…

—No tengo ningún regalo para ti…

Kevin se carcajeó. No había abierto su regalo porque la daba apuro no poder corresponderle. Aquello le gustó. No le daba importancia a los regalos materiales. Esa era buena señal.

—¿Cómo tomas el café?

—El que te estás preparando para ti me parece bien…tiene buena pinta—susurró al ver que incluso lo había decorado con una plantilla de copo de nieve.

Katia se lo tendió con una sonrisa tímida.

—Este es el mejor regalo.

—¿Cuál? —preguntó ella.

—Este café, tu sonrisa, estar aquí contigo.

Katia enmudeció de golpe y sintió como sus mejillas volvían a encenderse aunque no quisiera. ¿Estaba ligando con ella? Terminó de prepararse el café y le invitó a acomodarse en el salón.

—Que tú hayas decidido presentarte aquí sí que es un gran regalo, no tenías que haber comprado nada, no tenías...

—La obligación de venir…lo sé…pero yo hago las cosas cuando me salen…Además el del regalo no he sido yo, ha sido Papá Noel…

—Entonces el café tendré que dárselo al gordito de rojo… ¿no?

—Vive en Laponia. Se te enfriaría de camino hasta allí… Además me lo merezco por ser su mensajero ¿no? 

Katia se carcajeó. El joven era mucho más gracioso de lo que había pensado cuando le había visto por primera vez muchos años atrás.

Era amable, directo, sencillo, agradable…

—Venga, ábrelo. Creo que te puede gustar.

Antes de hacerlo, no pudo evitar que su mirada se perdiese en los calcetines del joven. Eran azules, con granos de café y labios en color rosa. No lo habría esperado nunca de él.

—¿Te gustan mis calcetines?

Katia sonrió de nuevo. Desde que él había entrado por la puerta no había dejado de hacerlo.

—Mucho. Son divertidos y coloridos.

Kevin sonrió mientras se recogía su melena en un moño alto y deshojado.

Katia miró dentro de la bolsa y encontró tres paquetes de distintos tamaños.

Entre el papel encontró: una bufanda azul adornada con pequeños copos de nieve plateados. Una taza gigante de color rojo, con un paquete de café molido del Starbucks. Y unos calcetines, hasta la mitad de la pantorrilla, de rayas verdes y rojas con pequeñas piruletas tan característicos de los elfos del gordito.

Cuando abrió el sobre rojo que acompañaba a los regalos, encontró una pequeña postal artesanal con un reno de cartulina.  

«Espero que te abriguen los detalles, y te acuerdes de tu vecino de enfrente, de los cafés a media tarde y las sonrisas inesperadas…»

—Me ayudaron mis sobrinos a recortarlo. Les ha encantado hacer de duendecillos para ti.

Katia se sorprendió por lo cariñoso de su voz y le preguntó a cerca de su familia.

Otra sonrisa invadió el rostro de ambos.

—Muchísimas gracias, de verdad. Me encantan los regalos.

—Me alegra que te gusten.

—Te debo algo para Reyes…

—No tienes por qué…

—Sí, porque quiero hacerlo…

—Si tú quieres…Nunca digo que no a un regalo.

Katia volvió a sonreír.

—¿Dices que no a algo…alguna vez?

Kevin dudó.

—Me gusta aceptar lo que la vida me ofrece…pero sí, hay veces que también digo que no. 

—Esa es una buena filosofía de vida…

—Lo es. Y tú…¿siempre te curras tanto los cafés?

—Solo cuando tengo invitados especiales.

—No me digas eso que me presento todas las tardes en tu casa, están más ricos que los del Starbucks

—No seas mentiroso…soy adicta a sus cafés…

—Pero son más sanos…sin nata, sin virutas…

—En eso sí estoy de acuerdo. Además con tu taza y su café, y las tazas que yo tengo, lo mismo parece que estamos allí…

—Prefiero estar aquí, a solas contigo.

—Yo también. —se sinceró Katia—. Así podemos hablar sin tanto ruido.

—Esa es una de las razones por las que he venido…me apetecía conocerte.

—Pues muchísimas gracias por venir, porque a mí también me encantaría poder conocerte, Kev…

Kevin se estiró en el sofá. Relajado. Sintiéndose en casa después de muchos meses percibiéndose desanclado. Se miraron a los ojos. Volvieron a sonreír. 

“Give me a sign, show me the light, maybe tonight, I’ll tell you everything…”

Kevin encontró esa luz que le mostrase esa señal de querer contárselo todo a alguien. 

Katia recibió un centenar de sonrisas radiantes sin huellas de tristeza y se sintió acompañada, nerviosa, expectante, viva por primera vez en mucho tiempo.

Ambos encontraron, entre las huellas del café con canela y jengibre, un buen motivo para sonreír, para brindar en ese nuevo año que recién había comenzado, para dar las gracias a los hilos del destino. Porque aunque Katia estuviese alerta, perezosa y con miedo, percibía que algo bueno estaba por llegar.

FIN

4 comentarios:

  1. Llego un poco tarde, pero es un relato precioso ❤

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    1. Nunca es tarde, mi querida Leara.
      Mil gracias por pasarte por aquí, por estar siempre a mi lado. Que sepas que Boulevard of Broken Dreams dará titulo al nuevo relato ;-)

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