A destiempo, llega este relato navideño que empecé hace semanas, y que por culpa de acabar el año con gripe y sin fuerzas, no había podido traeros hasta hoy.
Seguimos en fiestas, así que no es tarde ¿verdad?
Espero que os guste, que sepáis leer entre líneas, que disfrutéis tanto como yo de las pequeñas cosas.
SMILE FOR ME, es un canto a los pequeños detalles que se convierten en grandes momentos. Al aroma del café y de las especias como el jengibre y la canela que tanto me gustan. A las miradas que dicen más que las palabras, y a las sonrisas que alegran el alma.
¡Felices Fiestas! Espero que este año que recién ha comenzado sea grandioso para todos los que pasáis a leer por aquí, y como la gripe ha atontado a mi lado grinch, pues a los que no me leen, también les deseo un buen año. :P
¡Un abrazo con olor a canela y jengibre!
*Gracias a mis musos: Kev Creekman, y Emilia Clarke, por dar cuerda a esta historia. Y a Stone Sour, y Corey Taylor, por acompañarme durante toda la escritura.
Para los curiosos, dejo el enlace de la canción Taciturn, que me ha acompañado durante toda la creación. Porque a veces una canción da cuerda a nuevos mundos paralelos.
https://www.youtube.com/watch?v=k0CyTHtnQpA
SMILE
FOR ME/ SONRÍE PARA MÍ
S
|
1
entado en el sillón más
alejado de la puerta, Kev escuchaba música de sus cascos con calaveras mientras
degustaba a pequeños sorbos un chocolate caliente con virutas de chocolate
blanco y nata. Parecía que estaba perdido en un mundo paralelo, muy lejos de
allí. Y en parte así era. Había decidido aislarse de todo con las melodías de Stone Sour y la desgarrada voz de Corey Taylor.
Era
uno de sus cantantes preferidos, y en días como ese, necesitaba de su voz para
sentirse mejor, para sentirse comprendido. Las huellas de la canción Taciturn le abrazaron como si cada
palabra hablara de él mismo.
La
cafetería estaba a rebosar de gente a esas horas de la tarde, pero Kev no veía
a nadie. Sus ojos estaban cegados por la nostalgia de echar de menos los momentos
pasados, las personas que habían decidido alejarse para no volver a su
presente.
A
su alrededor todo era algarabía, voces ensordecedoras, ruido de tazas y
cucharillas. Eivør Pálsdóttir sonaba
en el hilo musical intentando hacerse un hueco entre el ruido agotador. Su
delicada voz pedía que por favor recordaran su nombre.
En
la calle, las luces de la navidad parpadeaban sin cesar. Centelleo a centelleo.
Katia
caminaba por la calle cuando sintió el impulso de entrar. Lo había divisado a
través del cristal del local.
Un
anhelo de nuevas dosis de cafeína se había instalado en su cerebro cuando se
encontró con sus ojos negros. Lo había reconocido al instante. Ni siquiera
había tenido que mirarle dos veces al pasar por delante del cristal.
Era
su vecino del bloque de enfrente. Lo había observado demasiadas veces, salir y
entrar en casa, divisar por la ventana, caminar con su melena alborotada al
viento y sus tatuajes llamando la atención de la gente y dejando clara su gran
personalidad.
Esa
tarde vestía una camisa de cuadros rojos y negros, totalmente abotonada excepto
por los dos primeros que dejaban vislumbrar la tinta que decoraba su piel y su
camiseta interior de color blanco. Los vaqueros desgastados y rotos en las
rodillas, mostraban que la tinta adornaba casi toda su piel.
Tras
un pequeño susurro de una voz endemoniada en su cabeza, Katia deseó saber qué
clase de dibujos ocultaría bajo la ropa, qué secretos escondería aquel cuerpo
grande y musculado que se adivinaba con tan solo un vistazo.
Unos
pasos se acercaban a la cola del establecimiento, otros se alejaban camino de
cualquier parte. Un montón de corazones latiendo cada uno a su propio ritmo.
Prisas. Ajetreo. Un montón de vidas diferentes, personas distintas, rutinas,
trasiegos, sentimientos, sueños y anhelos, silencios.
Una
maraña de hilos de color rojo entrelazados.
Sin
embargo, había un corazón que caminaba muy lento y otro que hacía segundos que
lo hacía totalmente desbocado. Sus hilos todavía estaban separados pero ya
tintineaban queriendo aproximarse.
Pidió
un café latte y se sentó en la única
mesa que quedaba libre. A dos mesas de distancia de él. Sus ojos se cruzaron a
medio camino, en el mismo momento en el que ella bebía de su taza gigante de
color verde con el logo de una sirena y unos copos navideños tintados en gris.
Kev
agarraba entre sus manos una taza blanca con el asa rayada en rojo. Distraído.
Con la mirada más melancólica de su repertorio. Sin fijarse en Katia. Sin
profundizar en nadie. Mirando sin ver. No quería dejarse vencer por la
nostalgia, pero las navidades estaban cada vez más cerca y le recordaban todo
lo que ya no tenía, ese amor que se había despedido de él meses atrás y que en
días como ese echaba de menos.
Echaba
de menos compartir sus segundos con alguien, almacenar instantes, sonrisas y
besos. Echaba en falta despertar acompañado, ser todo el mundo para una persona.
—Sonríe
para mí—susurró Katia mientras lo miraba fijamente.
Pero
él no la escuchó. No sonrió. Sus pensamientos le gritaban demasiado alto a
pesar de la música que bombardeaba sus oídos. Ni siquiera se percató del ligero
movimiento de sus labios.
Cantaba.
Imploraba una señal que le mostrará la luz, pero aquella tarde no era capaz de
distinguir nada…
“Give
me a sign, show me the light, maybe tonight, I’ll tell you everything…”
∞
Media
hora más tarde, Katia había pagado un nuevo café para llevar en un vaso rojo de
cartón. Kev también esperaba por el suyo.
—Katia
—dijo una de las empleadas del Starbucks.
—Kev—pronunció
un joven.
Tropezaron
al arrimarse al mostrador para recoger sus pedidos.
Ella
sonrió nerviosa y azorada tras haber colisionado con su cuerpo, él lo hizo con
una sonrisa a medias, melancólica pero sincera.
«Kev.
Al menos ya sé cómo te llamas».
El
joven cogió su café y el de ella y se lo entregó.
—Encantado,
Katia. —la sorprendió.
—Igualmente
¿Kev?
—De
Kevin.
Volvió
a sonreír con esa mueca de tristeza que lo dominaba, y ella pensó en lo bonita
que sería su sonrisa si sonriese con todas sus ganas, si lo hiciese de verdad.
Se
atusó su melena tras las orejas, fue a decir algo que provocase un pequeño
acercamiento, pero no hubo ocasión. Kevin salió de la cafetería como una
exhalación. Demasiado a prisa para darse cuenta del vendaval que dejaba detrás.
Un
corazón latía desbocado, saltándose latidos.
Solo
habían sido dos segundos, cuando él la entregaba el vaso de cartón color rojo y
ella lo recogía. Sus dedos se habían rozado y todo su cuerpo había reaccionado
electrificándose. Su sangre se había desperezado, pulsaba agitada al igual que
su respiración.
Estaba
en tratar de descifrar el hormigueo de su sangre cuando la joven recibió una
llamada de trabajo y salió del local con su cerebro en otra parte.
Algunos
minutos más tarde, Katia sonreía entre sorbos de café con leche con un suave
sabor a jengibre y crema batida, mientras sus pies se deslizaban por la acera
despacio, sin prisa por llegar a casa. No la esperaba nadie. Caminaba a punto
de entrar en el portal de su vivienda, cuando unos ojos se clavaron en ella.
Su
melena castaña alborotada por el ulular del viento, su flequillo recto. Sus
delicadas manos intentando colocar sus cabellos detrás de las orejas como
cuando habían tropezado en el Starbucks. Sus mejillas sonrojadas por el frío y quizá por algo más. Su esbelta figura de
andares gráciles.
Kevin
la observaba con detenimiento, con la ventaja que da el saberse oculto, mientras
en sus labios reproducía la misma sonrisa que a ella la dominaba en ese
instante. Con ganas, con fuerzas renovadas, con una chispa de intriga y
sorpresa.
Era
su vecina. La chica cuya mirada de ojos azules le había dejado atontado. La
chica a la que había visto tantas veces y que nunca había llamado su total
atención. La chica que había conseguido ponerle nervioso con tan solo una
caricia.
—Katia
—murmuraron sus labios llenando de vaho el cristal del salón.
∞
Horas
después, la noche arrasaba con cada esquina de la ciudad. El frío penetraba los
callejones haciendo tarea difícil pasear sin congelarse.
Katia
observaba a través del cristal cómo centelleaban las luces de colores en los
árboles de Navidad de los hogares que ya estaban decorados para celebrar las
fiestas.
Su
sangre flotaba en cafeína. Sus párpados no querían cerrarse y su cerebro andaba
tan agitado que ya se estaba preparando para otra noche de insomnio. Al igual
que su corazón que seguía caminando a un ritmo demasiado apresurado en ella. Llevaba
días sin poder dormir bien. Las fiestas que estaban por llegar no la gustaban
nada. La hacían sentirse sola tan lejos de casa.
Lo
había dejado todo por amor. Había viajado a un país que no era el suyo y ahora
ya no podía marcharse de allí. Su ciudad natal ya no la hacía sentirse en casa,
y sus padres habían decidido no celebrar una sola navidad más de tristeza por
los que ya no estaban, por lo que siempre las pasaban fuera de casa, viajando a
distintos lugares, algunos más remotos que otros.
Un
pinchazo de nostalgia invadió su pecho. Su familia estaba demasiado lejos. Sus
amigos muy ocupados con sus propias familias. Ya había decidido que pasaría sola
las fiestas, y aunque no había querido pensar mucho en ello, a aquellas horas
de la madrugada era casi imposible no caer rendida ante ciertos pensamientos.
Velas.
Un libro de fantasía de Patrick Rothfuss. Y el silencio de la noche para
devorar las páginas.
En
casa de Kevin las cosas eran distintas. Después de apuntar los regalos que iba
a comprar para los suyos e imaginar la ropa que llevaría para las cenas y
comidas importantes con su familia y amigos, se dio una ducha rápida y se
acostó.
El
cansancio lo venció. Ya había pensado demasiado por ese día.
2
Días después
E
|
sa tarde cuando Katia
entró en el Starbucks cercano a su
barrio, y se fue a sentar en uno de los sofás libres, se encontró con unos ojos
negros que la observaban con una sonrisa pícara en sus pupilas y sin rastro de
nostalgia en los labios.
Ella
le respondió de la misma manera, con una mezcla de coqueteo y felicidad.
Había
implorado por una sonrisa y él había sonreído para ella.
—Sonríe para mí…—recordó.
Tenía
una preciosa sonrisa.
Tras
esos gestos sutiles cada uno siguió inmerso en sus teléfonos móviles, respondiendo
a los mensajes de trabajo, de familia y amigos. Kevin era modelo. Katia
trabajaba en una floristería. Uno viajaba por el mundo cogiendo un avión tras
otro. Ella solo conocía esa ciudad y la suya natal, y en esas fechas no hacía
más que preparar ramos y detalles con tarjetas repletas de corazones y ningún
ramillete iba dirigido a ella.
No
tenían nada en común excepto su vicio por la cafeína. O eso es lo que creían.
Tiempo
después, Katia hablaba en la acera con una de las clientas habituales de la floristería,
y la confesaba que pasaría sola las fiestas debido a que sus padres viajaban
esas semanas y no tenía pensado regresar a casa.
—Ya
estoy acostumbrada. Es el segundo año que lo paso así. No dejan de ser un día
más cuando uno pierde la ilusión de la infancia.
Kevin
regresaba a casa cuando la escuchó hablar con una señora mayor.
Aquellas
palabras le escocieron en el corazón. A él le encantaban esas fechas. Y aunque
había cosas que echaba de menos, pasar el tiempo con su familia y reunirse con
ellos, aunque después regresase a su apartamento, era lo que más le gustaba.
Las sonrisas, los regalos, la complicidad, el buen rollo que había entre sus
padres, su hermana y él, su cuñado, sus sobrinos.
No
lo cambiaba por nadie.
Hasta
que no escuchó a la joven confesarse con la anciana, no se había parado a
pensar en la cantidad de personas que podrían pasar solas aquellas noches y
aquellos días de festividad y acercamiento a la familia. Sintió pena por ella.
Y por un instante deseó que las cosas fueran distintas.
—Si
no se tiene ilusión…
Pensó
en todas aquellas personas que no tenían familia, en aquellos que aunque sí la
tenía no tenían buena relación y estas fiestas se les hacían cuesta arriba, en
las personas que se aislaban del mundo al no tener tampoco pareja en un intento
de sobrevivir y no morir de sobredosis de purpurina y buenos deseos de momentos
mágicos. La imagen de un grinch se le
vino a la cabeza.
Si
Katia al menos odiara la Navidad…Sin embargo en su conversación tan solo había
hallado tristeza, ganas de que esos días pasasen rápido para no sentirse tan
sola.
A
lo lejos la había escuchado declinar la oferta de la anciana para acompañarla
junto a su familia algún día.
Kevin
había adorado la Navidad desde siempre. Era tiempo para disfrutar de la
familia, y desde que sus sobrinos habían nacido eran fechas más especiales
todavía.
Desde
el primer instante en el que las luces decoraban la ciudad y los hogares y
establecimientos públicos comenzaban a engalanarse, se instauraba en él una
especie de felicidad. Aunque a momentos la melancolía lo abrazaba, sabía que no
duraría mucho en él, por eso se centraba en dejarse arrastrar por el espíritu
navideño para sepultar nostalgias.
Mientras
una anhelaba que los días de fiestas pasaran lo más rápido posible, el otro deseaba
exprimirlas al máximo. Fabricar nuevos recuerdos con los que alimentar el
corazón en los días grises.
Kevin
se centró en realizar todas las compras navideñas y preparar los regalos y las
diferentes cartas con los que siempre agasajaba a su familia. Sin embargo,
había una idea rondándole la cabeza que a cada respiración cobraba más peso
dentro de su corazón.
Katia
se sumergió en su trabajo y en la lectura de mundos mágicos e inexistentes para
olvidar lo que la atormentaba. La lectura siempre era una buena terapia, al
igual que la música, para olvidar lo que hacía daño, para transformar la
realidad.
3
Día
dos de un nuevo año
K
|
atia se había levantado
sin muchas ganas. Era Domingo, día 2 de enero, y el mundo todavía seguía
inmerso en la resaca de la entrada del nuevo año.
Sus
vecinos habían celebrado el acontecimiento por todo lo alto. Cenas, cánticos, felicitaciones,
ruido de copas e incluso petardos que la habían parecido bombas en algunos
momentos de la noche.
El
día anterior, la ciudad había estado tan desierta que parecía que había sido
arrasada por una guerra o por un apocalipsis zombie. Muy pocas personas se habían aventurado a salir a las
calles en las horas previas a la noche del sábado.
Ese
domingo todo estaba en calma y Katia aventuró que la esperaba otro día
tranquilo y en silencio, sin nada que perturbarse su soledad. Un buen libro,
café y silencio, sería toda su compañía.
No
sabía hasta qué punto se equivocaba.
Había
preparado una pizza congelada para comer que había degustado con poco apetito,
y se disponía a tomar su primer café de la tarde cuando llamaron al timbre de
casa.
«¿Quién
será?»
Observó
a través de la mirilla antes de abrir, una vieja costumbre previsora y se llevó
una sorpresa. Lo que se encontró la hizo temblar tanto de dudas como de
expectación.
«¿Qué
hace aquí?»
Se
atusó la melena y abrió antes de que se marchase al no obtener respuesta.
—¡Holaa!
—fue lo único que se atrevió a decir.
Cuando
sus ojos azules tropezaron con los ojos negros, no pudo evitar sonreír como una
tonta. Su sangre reaccionó arrebolando sus mejillas. Kevin sonrió y al ver su
mirada de su asombro, la explicó.
—Espero
no molestarte…Papá Noel ha llegado tarde, pero te ha dejado algo en mi árbol. No
conozco a otra Katia…
La
joven sonrió al leer su nombre en la bolsa que el muchacho la entregaba, y le
invitó a pasar.
—Te
voy a mojar toda la casa… —señaló sus pies…
—¡Puedes
descalzarte! La calefacción está puesta…Siéntete como en tu casa…
Kat
se apresuró a posar la bolsa sobre la mesa del salón, y recogió el libro
abierto que había dejado minutos antes esperándola sobre los cojines del sofá.
Lo dejó en una de las estanterías.
Kevin
sonrió al leer las solapas.
Ya
tenían otra cosa en común. Patrick y el mundo de Kvothe.
—Iba
a tomarme un café ¿te apetece?
—Claro.
Nunca digo que no a un café en buena compañía…—sentenció mientras la seguía
hacia la cocina.
La
joven se estaba preparando su cappuccino gigante espolvoreado con un poco de
jengibre y canela, cuando Kevin se acercó a ella y continúo hablando.
—Pensarás
que soy un entrometido, pero el otro día te oí en la calle, hablar con una
señora mayor, y escuché sin querer que pasabas sola estas fiestas…
—¿Y
has querido hacer tu acto de caridad por navidades? —dijo con soltura.
Él
se quedó callado pensando en que la había molestado su presencia.
Katia
sonrió.
—Es
broma. Te lo agradezco un montón. Tanto el regalo como la visita. No tenías
porqué hacerlo…
—Aún
no lo has abierto…
—No
tengo ningún regalo para ti…
Kevin
se carcajeó. No había abierto su regalo porque la daba apuro no poder corresponderle.
Aquello le gustó. No le daba importancia a los regalos materiales. Esa era
buena señal.
—¿Cómo
tomas el café?
—El
que te estás preparando para ti me parece bien…tiene buena pinta—susurró al ver
que incluso lo había decorado con una plantilla de copo de nieve.
Katia
se lo tendió con una sonrisa tímida.
—Este
es el mejor regalo.
—¿Cuál?
—preguntó ella.
—Este
café, tu sonrisa, estar aquí contigo.
Katia
enmudeció de golpe y sintió como sus mejillas volvían a encenderse aunque no
quisiera. ¿Estaba ligando con ella? Terminó de prepararse el café y le invitó a
acomodarse en el salón.
—Que
tú hayas decidido presentarte aquí sí que es un gran regalo, no tenías que
haber comprado nada, no tenías...
—La
obligación de venir…lo sé…pero yo hago las cosas cuando me salen…Además el del
regalo no he sido yo, ha sido Papá Noel…
—Entonces
el café tendré que dárselo al gordito de rojo… ¿no?
—Vive
en Laponia. Se te enfriaría de camino hasta allí… Además me lo merezco por ser su
mensajero ¿no?
Katia
se carcajeó. El joven era mucho más gracioso de lo que había pensado cuando le
había visto por primera vez muchos años atrás.
Era
amable, directo, sencillo, agradable…
—Venga,
ábrelo. Creo que te puede gustar.
Antes
de hacerlo, no pudo evitar que su mirada se perdiese en los calcetines del
joven. Eran azules, con granos de café y labios en color rosa. No lo habría
esperado nunca de él.
—¿Te
gustan mis calcetines?
Katia
sonrió de nuevo. Desde que él había entrado por la puerta no había dejado de
hacerlo.
—Mucho.
Son divertidos y coloridos.
Kevin
sonrió mientras se recogía su melena en un moño alto y deshojado.
Katia
miró dentro de la bolsa y encontró tres paquetes de distintos tamaños.
Entre
el papel encontró: una bufanda azul adornada con pequeños copos de nieve
plateados. Una taza gigante de color rojo, con un paquete de café molido del
Starbucks. Y unos calcetines, hasta la mitad de la pantorrilla, de rayas verdes
y rojas con pequeñas piruletas tan característicos de los elfos del gordito.
Cuando
abrió el sobre rojo que acompañaba a los regalos, encontró una pequeña postal
artesanal con un reno de cartulina.
«Espero
que te abriguen los detalles, y te acuerdes de tu vecino de enfrente, de los
cafés a media tarde y las sonrisas inesperadas…»
—Me
ayudaron mis sobrinos a recortarlo. Les ha encantado hacer de duendecillos
para ti.
Katia
se sorprendió por lo cariñoso de su voz y le preguntó a cerca de su familia.
Otra
sonrisa invadió el rostro de ambos.
—Muchísimas
gracias, de verdad. Me encantan los regalos.
—Me
alegra que te gusten.
—Te
debo algo para Reyes…
—No
tienes por qué…
—Sí,
porque quiero hacerlo…
—Si
tú quieres…Nunca digo que no a un regalo.
Katia
volvió a sonreír.
—¿Dices
que no a algo…alguna vez?
Kevin
dudó.
—Me
gusta aceptar lo que la vida me ofrece…pero sí, hay veces que también digo que
no.
—Esa
es una buena filosofía de vida…
—Lo
es. Y tú…¿siempre te curras tanto los cafés?
—Solo
cuando tengo invitados especiales.
—No
me digas eso que me presento todas las tardes en tu casa, están más ricos que
los del Starbucks…
—No
seas mentiroso…soy adicta a sus cafés…
—Pero
son más sanos…sin nata, sin virutas…
—En
eso sí estoy de acuerdo. Además con tu taza y su café, y las tazas que yo
tengo, lo mismo parece que estamos allí…
—Prefiero
estar aquí, a solas contigo.
—Yo
también. —se sinceró Katia—. Así podemos hablar sin tanto ruido.
—Esa
es una de las razones por las que he venido…me apetecía conocerte.
—Pues
muchísimas gracias por venir, porque a mí también me encantaría poder conocerte,
Kev…
Kevin
se estiró en el sofá. Relajado. Sintiéndose en casa después de muchos meses
percibiéndose desanclado. Se miraron a los ojos. Volvieron a sonreír.
“Give
me a sign, show me the light, maybe tonight, I’ll tell you everything…”
Kevin
encontró esa luz que le mostrase esa señal de querer contárselo todo a alguien.
Katia
recibió un centenar de sonrisas radiantes sin huellas de tristeza y se sintió
acompañada, nerviosa, expectante, viva por primera vez en mucho tiempo.
Ambos
encontraron, entre las huellas del café con canela y jengibre, un buen motivo
para sonreír, para brindar en ese nuevo año que recién había comenzado, para dar las gracias a los hilos del destino. Porque aunque Katia estuviese alerta, perezosa y con miedo, percibía que algo bueno estaba por llegar.
FIN
Excelente...
ResponderEliminarMuchas gracias, Ricardo.
EliminarLlego un poco tarde, pero es un relato precioso ❤
ResponderEliminarNunca es tarde, mi querida Leara.
EliminarMil gracias por pasarte por aquí, por estar siempre a mi lado. Que sepas que Boulevard of Broken Dreams dará titulo al nuevo relato ;-)