Hoy me gustaría hablaros de algo muy importante a la
hora de mostrar al lector nuestra historia.
En semanas anteriores os conté desvaríos a cerca de
la ambientación en la cual me gustaba enclavar mis momentos importantes, y los
sentimientos que el clima que dominaba el ambiente podía llegar a producir en
los personajes principales.
Hoy, pensando en ese ambiente y en esos sentimientos,
son las escenas las que rigen este artículo.
Pero no unas escenas cualesquiera. No. Las escenas
que harán que nuestra historia marque la diferencia. Esas escenas que hemos
decidido detallar. No mostrar con asombrosa rapidez sin apenas describir, sino aquellas
que harán que el lector se detenga un rato en la lectura y las evoque, las
paladee, las sienta como suyas. Aquellas que hemos decidido que queremos
describir con pulso lento o aquellas en las que pondremos más enfásis o más sentimiento.
De todas las imágenes que bombardean nuestro cerebro
queriendo nacer, de todas aquellas que uniremos y enlazaremos una detrás de
otra para dar vida a nuestras locuras, escogeremos las más importantes, y soy
de las que piensa que dentro de todas ellas, hay dos clases de escenas. Una especie de
clasificación invisible pero que está ahí, en algún recoveco de nuestro
interior, si nos ponemos a pensar fríamente.
Esos dos
tipos de escenas para mí, y seguro que para todos vosotros, son:
-Las escenas
que nos producen cosquillas en el corazón.
-Las que nos
producen lágrimas internas y que nos encogen el alma.
Como lectores, si nos diesen a escoger dentro de un
libro entre todas las escenas que contiene, seguro que sabríamos distinguirlas sin
problemas. Como creadores, tenemos el deber de que haya de ambas clases, sea
cual sea el género de nuestra obra, si queremos que todo funcione
correctamente, y que las emociones se agolpen en el corazón del lector.
En la primera clasificación podríamos encontrar:
la primera mirada entre los protagonistas en ese momento en el que empiezan a
ser conscientes de su existencia y todo comienza a latir acelerado.
Una mirada
que susurra un montón de palabras sin que los labios de ese personaje
pronuncien una sola palabra, la primera toma de contacto entre dos cuerpos en
forma de caricias lentas, el primer beso entre los personajes principales.
Pero también pueden ser escenas mucho más
evocadoras, más oníricas: como una gota de lluvia que se precipita por el
cristal, un rayo de sol colándose a través de la ventana, un cigarrillo
consumiéndose mientras es sostenido por unos labios gruesos, un olor que nos
produce recuerdos y sonrisas.
Sin embargo en la segunda clasificación
estarían aquellas escenas que describen: una discusión entre los personajes
tras un secreto revelado y todo ese dolor que comienza a nacer desde su
interior, las lágrimas derramadas a causa de una muerte inesperada, el momento
en el un cuerpo muerto cae al suelo al ser asesinado, el nacimiento de un
recuerdo que describe una escena del pasado que ya no podrá volver a vivirse
jamás. Un beso añorado de unos labios que ya no nos pertenecen, el vacío que
dejan aquellos que se van y que es imposible sustituir con nada, ese frío y esa
tristeza tan característicos de la soledad. Una despedida dolorosa.
Cuando elaboré mi pequeño guión para mi obra “Susurrosen Sachsenhausen”, de entre todo lo que quería contar tuve que decidir muy bien
cuáles serían esas escenas que iba a reproducir de forma tan lenta como me
fuera posible, y aquellas que contaría a la velocidad de la luz.
Y dentro de la segunda clasificación tuve muchas
dónde elegir: Un conteo rutinario de presos, su estancia en la cárcel privados
de toda luz y en duras condiciones, las palizas y vejaciones a las que eran
sometidos. Cuerpos muertos, fusilamientos, ahorcamientos…
Sin embargo, desde el primer momento tuve claro que
habría una que sería más poderosa que todas las demás, porque fue exactamente
esa imagen que se produjo en mi retina la que me impulsó a escribir esta
historia.
¿Y dónde la clasificarías? ¿En la primera o en la
segunda?
En la segunda, también, sin duda.
Porque son esos momentos en los que se nos encoge el
alma cuando de verdad sentimos. Y yo necesitaba que el lector se sintiera así
al leer el mensaje que quería mostrar. Con el alma rota. Para que reflexionara.
No sé si lo habré conseguido, esos serán los lectores de mi novela los que
tendrán que responder. Pero al menos, durante el tiempo que estuvo en mi
cabeza, cuando sola ante un folio en blanco pensé en las escenas que iba a
describir a cámara lenta, reproducir ese momento, visionarlo, hizo que mi
corazón estallara en mil pedazos.
¿Y cuál es
esa escena?
—La carne y los huesos de los presos convertidos en
cenizas.
Fue al imaginarme este suceso mientras deambulaba
por el campo, cuando el corazón y todo mi interior me gritaron que tenía que
escribir mi historia. Por todas esas almas silenciadas, por todos los inocentes
que murieron y que a día de hoy siguen muriendo en el mundo, sea de la forma
que sea.
Pensar en esos corazones y todos sus sentimientos,
en esas almas y todos sus sueños, muertos.
Convirtiéndose en grises cenizas que
después se evaporarían al salir por las gigantes chimeneas, y que arropadas por
el viento acabarían muriendo sobre el pavimento gris del campo de
concentración, sobre el barro acuoso y la hierba de los alrededores o sobre los
pijamas de rayas de los demás prisioneros que seguían con sus labores
rutinarias.
Esas cenizas que tras caer al suelo, derrotadas y aparentemente evaporadas,
con un nuevo amanecer vuelven a resurgir. Vuelven a alzar la voz que solo se
puede escuchar cuando el silencio se balancea entre el rugido del viento y el
corazón siente sin cadenas ni ataduras.
Fueron esas cenizas presentándose en mi cabeza de forma lenta
las que dieron cuerda a toda la historia.
Y vosotros, ¿cómo elegís esas escenas que formarán
parte de vuestra novela o relato? ¿Las clasificáis?
¿Habíais pensado en esto alguna
vez?
¡Contadme!
¡Un abrazo a todos y gracias por leer!
No clasifico las escenas antes de tiempo, seguramente porque no suelo planificar nada antes del primer borrador. Tengo unas libretas con apuntes sobre ideas genéricas y luego me pongo a teclear, es ahí dónde surge la historia (mientras trabajo) y no antes.
ResponderEliminarDespués de ese primer borrador que hago sin límite de espacio y tiempo, hago un pequeño descanso y después me pongo con el inventario. Escribo el título de cada capítulo y digo lo que ocurre en él. Es entonces cuando me doy cuenta de la evolución que debe hacer la historia y empiezo a modificar. Pero clasifico, suelo intercalar los dos tipos de escenas según me parezca que cuadran por lógica en la línea argumental.
Eso sí, tu método me parece mucho más organizado y probablemente me ahorraría trabajo a largo plazo así que lo tengo que probar.
Besos ^^
Mmm, sí, sé a lo que te refieres, pero no lo planifico, simplemente salen más o menos detalladas cuando empiezo a escribir y así, cuando llego al último borrador, tengo que ampliar o recortar según que partes. Creo que detallo poco, describir es mi punto débil y me suelo quedar corta ;)
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte
Como siempre qué preciosa forma de explicarlo. Yo también tengo en cada historia escenas claves en las que siento que hay que volcar el corazón. Creo que no importa tanto el modo de planificarlo como tener claro lo que quieres expresar, y sin duda tus palabras lo consiguen. Un beso muy fuerte!!!
ResponderEliminarMis historias suelen nacer con una de esas escenas tan potentes, ya sean tristes o emanen luz.
ResponderEliminarMe parece un tema fascinante, saber con qué escenas nace una historia, un mundo :)
Una reflexión maravillosa, amiga.