Hace unos días llegué a la conclusión de que somos
el resultado de los lugares que compartimos con las personas a las que
apreciamos y los momentos que se encadenan a esos rincones especiales.
Tiempo atrás, encontré por las redes una fotografía
en la que rezaba:
“Somos el resultado de los libros que leemos, los
cafés que disfrutamos, los viajes que hacemos y las personas que amamos”.
¡Y es una verdad gigantesca! ¿A qué si?
A mí me gustaría añadir que somos los lugares que
compartimos con las personas especiales y los momentos vividos en ellos, los
que nos definen, los que nos hacen ser quienes somos, los que nos completan.
Los que nos diferencian de otras personas.
Son esos lugares a los que regresamos con la mente
en los días difíciles. Son esos instantes a los que nos aferramos cuando
necesitamos fuerzas. Los que de verdad importan.
¿Cuántas
veces hemos evocado un paisaje? ¿Una celebración en determinado lugar? ¿Un
rincón rutinario en el que hemos vivido ciertos segundos y que con el tiempo
hemos echado de menos?
¿Cuántas veces hemos utilizado esos lugares o esos momentos para
inspirarnos al escribir?
No solo para coger fuerzas o para seguir en pie
peleando por nuestro sueño de juntar letras y no morir en el intento, sino para
distorsionar la realidad y vestir con ese puzzle
la ficción en nuestras historias.
Somos una sucesión de momentos en distintos lugares.
Y a veces, por mucho que queramos separarnos de las
voces narradoras, por mucho que queramos crear personajes muy distintos a como
somos en realidad, acabamos introduciendo en la narración pequeños guiños, pequeños
instantes de recuerdos que nos pertenecen a nosotros y a los nuestros, y que
muy pocas personas podrán ser capaces de descifrar dentro de la lectura si no
se lo contamos.
En algunos instantes, aunque queramos seguir un
guión, hacer las cosas de forma distinta, seguir unas directrices marcadas en
los talleres de escritura creativa, los escritores tendemos a convertir en
inmortales algunos de esos lugares y de los acontecimientos vividos en ellos.
Una
conversación en nuestra cafetería preferida, un beso robado en el banco de un
parque que conocemos, un guiño especial en mitad de la calle mientras los
coches siguen girando en su deambular, una mirada especial antes de dormir en
una cama de una habitación, una caricia imprevista bajo las sábanas de
determinado color. Un te quiero en medio de un jardín. Un abrazo infinito a las
afueras de la casa familiar que nuestro personaje añorará con el paso del
tiempo.
El
simple hecho de dar un sorbo a una taza de café mirando por la ventana del
salón.
Todo inspira. Cada minuto cuenta. Cada segundo es
distinto a otro. Cada lugar es especial y cada instante puede convertirse en
inmortal dentro de la retina, dentro del corazón, de la memoria.
Por ello, no debemos olvidarnos de esos lugares
únicos que pueden regalarnos los mejores instantes con los que vestir la
ficción.
Esa ficción que destilará esencia, carácter propio y
mucha personalidad.
Porque al final todo escritor tiene su estilo. Por
mucho que beba de la fuente de sus autores preferidos, sus letras tendrán algo
único, algo irrepetible que lo diferenciará sobre el resto.
Nadie vive un mismo acontecimiento de una misma
manera. Nadie siente lo mismo al evocar un paisaje, al recordar un instante, y
es justo eso lo que nos hace escribir de maneras tan dispares como mágicas. Eso
es lo que nos hace únicos dentro del arte de crear palabras.
Es cuando nos obcecamos y nos olvidamos de lo que
somos mientras escribimos, cuando queremos ser o parecer distintos, cuando no
conseguimos esa conexión especial con lo escrito.
Hace poco recibí un consejo de Anika, una amiga y lectora cero de una de mis historias, y entre
toda la conversación saqué en claro que debía dejar de limitarme, ponerle más
corazón, más parte de mí a mis personajes y a la historia en sí.
Al pensar en los lugares compartidos…
He decidido que a partir de ahora, me dejaré
inspirar, me dejaré llevar más por lo que susurre el corazón y menos por lo que
diga la cabeza.
Por eso voy a sentir mucho más las cosas, voy a
vivir más, a no limitarme con experimentar, sino a exprimir cada instante, a
atesorarlo en mis libretas emborronadas para después poder esconderlo entre los
párrafos de mis creaciones.
¡El que avisa…!
¿Jugamos?
Cuando me leáis si queréis me decís que posibles
rincones encontráis…
Qué momentos son tan míos como de mis personajes…
¿Vale?
¿Qué
os parece?
¿Vosotros
también atesoráis lugares y luego los escondéis en vuestras historias?
¿Disfrazáis
vuestra ficción con vuestros rincones favoritos y algunos de los sucesos
transcurridos allí?
¡Contadme!
¡Un abrazo literario!
P.D: A aquellos que rodean a los escritores solo les
quiero advertir que… ¡cuidado con crear momentos en lugares determinados porque
podéis convertiros en musos inesperados! xD
todo inspira y cada minuto cuenta... una reflexión muy linda, Beka. Ahora mismo no estoy nada inspirada porque me tengo que poner a corregir un texto, jejeje, estoy procrastinando, pero volveré al post a jugar contigo o nos encontraremos en otro lugar de cuento, los libros son lugares y momentos, personas y recuerdos ;)
ResponderEliminarmil besos!!!
Me parece genial que hayas decidido dejarte llevar más por el corazón, sin duda vas a disfrutar de lo lindo todo lo que escribas.
ResponderEliminarPor mi parte, suelo controlar eso demasiado porque cuando lo he hecho y lo releo después de un tiempo me resulta muy denso (vamos, una parrafada que a nadie más que a mí le importa). Es cierto que somos el resultado de todo lo que nos toca, pero a la hora de escribir intento que mis experiencias no afecten a los personajes. Aunque en el resultado final compruebas que es inevitable, todos llevan algo de mí.
Disfruta y apasionate con tus historias, Beka. Es una de las mejores experiencias que un autor puede tener.