Quiero hablaros de los lectores beta y de ese temido
momento en el que los escritores nos ponemos un poco (solo un poco) de los
nervios.
¿Sabéis lo que son los lectores beta? ¿Lectores
cero?
Ni más ni menos que esas pobres personitas a las que
bombardeamos hasta la saciedad para intentar convencerles de que se lean
nuestros manuscritos. A los que tienes tanto cariño y que son como tus bebés.
Ahora hablo de los manuscritos, no de los lectores beta.
A los primeros lectores también les tienes cariño.
Mucho. Hasta que comienzan a diseccionar tu obra como si fueran unos serial killers en plan Dexter y enumeran
todos tus fallos…
Ahí…lo del cariño…ejém…
—¡Pobres manuscritos! ¡No tienen piedad con ellos!
Esos manuscritos que tenemos criando polvo en la
mesa del salón, llenos de correcciones a bolígrafo rojo, y que después de
cambiar su interior un montón de veces, seguimos con ese miedo de si habremos
hecho las cosas bien o no.
Esos folios encuadernados en los que hemos puesto
todas nuestras ilusiones, nuestra pasión, parte de esos personajes que no han
robado el corazón y la cabeza…nuestros sentimientos, hasta parte de nosotros mismos
bien escondido entre líneas…
Ya sabéis que los escritores somos todo dudas
¿verdad?
¡Nunca estamos contentos al 100% con lo que
escribimos! Siempre parece que se puede mejorar. Y por ello, llega un momento
en el que es mejor que se lo prestemos a otros para que lean y opinen, a seguir
enmarañando la trama y dándole mil vueltas a todo sin sentido.
Porque en vez de arreglar podemos empeorarlo. Y sí,
sucede. Os lo digo por experiencia. A veces corregimos tanto que lo que
habíamos escrito pierde la esencia que tenía.
Dar tu manuscrito a los lectores cero es de las
cosas que más nos ayuda, pero también la que más vértigo nos produce a los que creamos
letras.
¿Por qué?
Porque mientras lo están leyendo pasamos unos días
horribles.
¿Y si no gusta?
¿Y si no gusta?
¿Y si piensa que está mal escrito?
¿Cuántos laísmos se me habrán escapado?
¿Y si no conecta con los personajes?
¿Y si no le gusta la ambientación, los diálogos…?
Son tantos “Y si…” que acabamos volviéndolos locos.
¡Estamos a punto de cortarnos las venas!
Hasta que nuestro
lector beta nos manda un mensaje por Facebook y nos suelta eso de:
—Ya me he leído tu novela.
Oh, my godddd!!!
Entonces nos ponemos a saltar, para atrás, como la
niña del exorcista bajando las escaleras…
En ese momento soltamos el móvil sobre el sofá del
pánico que nos entra. Parecemos estos gatitos de los videos que se asustan y
dan unos brincos increíbles…¿los visualizáis?
Y pestañeamos, nos ponemos frenéticos, saltamos,
gritamos, nos tiramos de los pelos, cogemos el teléfono, le dejamos sobre el
sofá, lo volvemos a coger…
Cuando nos calmamos, con mucho cuidadito,
preguntamos:
—¿Te ha gustado?
— Sí, me ha gustado.
—¿Y los personajes?
—¡Me han encantado!
Entonces es cuando respiramos, pero solo dos
suspiritos de nada ehhh…
Porque después Facebook, tan chivato él, nos avisa
de que nuestro lector “Está escribiendo”…
¡Oh, no!
—¡Está escribiendooooo! —gritamos.
¿Y qué viene ahora?
PÁNICO.
Sí, sí. El pánico con mayúsculas. Porque ahora es
cuando nos va a contar en todo lo que hemos fallado, todas esas cosas que están
mal, que cojean, que sobran, que faltan…
Así, sin vaselina, con mucho dolor...
Y sabemos que van a ser despiadados, porque para eso
son lectores beta...
Cuando se ponen el traje de profes malos y sacan el
látigo, ya no hay quién les pare.
Pero en el fondo a los escritores nos pone mucho
este momento. Porque todos tenemos la mente un poco sucia. (Culpa de 50 Sombras
de Grey y de toda la literatura BDSM), nah, locuras de Beka…
Algunos más que otros, pero todos tenemos un puntito
perverso…
¿Lo estáis reconociendo?
Y si no fuera por estos lectores beta, nunca
sabríamos si lo que hemos escrito merece la pena o es simplemente una mierda.
Entregar nuestros manuscritos a alguien que sepa
leer, entender, y ante todo criticar nuestra obra como si no nos conociese de
nada, es tan necesario como el escribir.
Si de verdad queremos ser grandes escritores, llegar
a ser alguien cuyas obras sean disfrutadas por el lector, estamos en la
obligación de tener un lector cero que sea despiadado. O unos cuantos, eso ya
depende de la suerte que tengamos (mientras no podamos pagarlos).
Aunque sean amigos, personas afines a nosotros,
aunque nos quieran con toda el alma. Tenemos y debemos que dejar nuestros
escritos en manos de otros.
Por ello, este artículo… ¡Porque necesitamos mucho a
los lectores Beta para que nos bajen de nuestra nube!
Y no podía despedirme sin darle las gracias a mis lectoras cero.
Maite Belda y Ana Nieto (que siempre me lee y depura mis letras), Isabel del Río Sanz (que
además de hacer de profe hizo de correctora profesional en Susurros), y
recientemente a Anika, mi lady heavy, que ha hecho de serial killer con mi novela irlandesa y me ha
demostrado que no importan ni las veces que corrijas un manuscrito, ni que
añadas cosas o que crees otras, porque siempre, siempre, se podrá mejorar.
¿Y vosotros ¿tenéis lectores beta? ¿Sois lectores
cero de algún escritor? ¿Os ponéis el traje de cuero con látigo en la mano?
¡Contadme!
¡Un abrazo y mil gracias por estar conmigo una semana más!
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